viernes

Salud y buenos alimentos y los placeres de la carne





Salud y buenos alimentos. Es lo que tiene el cuidarse. Hay que adorar más que amar las propias carnes, y hay que hacerlo a conciencia; cuidarse a sí mismo y alimentarse en todos los sentidos es primordial para la salud; si no nos cuidamos nosotros a nosotros mismos, ¿quién hay, entonces? Madre, esposa o amante; placer efímero e incompleto; nadie me sustituye, y eso lo sabemos tu y yo. Hay que cuidarse a sí, por sí mismo, para mí mismo. Y hay que descubrir cada uno en qué consiste esto; lo que vale para ti, no vale para mí. Pero no quiero hablar de lo que da a entender el título de este artículo, cuando digo lo de cuidarse. Más bien me preocupa el porqué no lo hacemos. Si nos cuidásemos, muchas cosas que sabemos que nos van a perjudicar, y hacemos, tomamos, en ellas caemos, no lo haríamos, tomaríamos ni caeríamos. No me estoy liando, verás, es que no sé si no lo sabemos o no lo sabemos evitar.

¿Por qué no hacemos lo que es más beneficioso para nosotros, y nos dejamos arrastrar por placeres que nos perjudican? Vaya pregunta de difícil respuesta. Yo creo que no lo sé, no esperes que te conteste. Por mi  experiencia solo te diré, porque a pesar de saber qué es lo que me hace bien y lo que no, -un poco al menos lo sé o creo saberlo-, me he dejado llevar tantas veces por los placeres instantáneos de aquello que me perjudicará tiempo después. No me meteré en teorías sobre la satisfacción inmediata o diferida. Retén la idea zen del aquí ahora. Y eso si me refiero a placeres sencillitos como los de la mesa, porque si me refiero a los placeres de la cama, la cosa se complica.

Si me refiero a los placeres de la carne, ésos que rápidamente obnubilan el sentido, sí, también me he dejado llevar por los placeres inmediatos de la carne. Y por los placeres de la abstinencia, también. Por ambos. Y no sé cual es más pernicioso. El anhelo del placer sexual, de la descarga, la pasión que sigue al enamoramiento, el sexo por el sexo; el placer de la carne bajo cualquiera de sus formas, no tengo dudas, es el más cegador de los placeres. Supe una vez que nunca debía de caer en ellos, aunque obviamente caí, porque saberlo no evitó mi descenso a los infiernos y el abrasarme en dicha calentura. De qué sirve conocer la teoría, si para la práctica necesitamos toda una vida, o varias. Una vez aveciné el peligro y eludí caer en la vorágine; después de probar por primera, por segunda vez, las mieles del placer, me negué a todo contacto posterior. Vencí la prueba, o eso creía yo. De todas formas, no le volví a ver. En ese momento me sentí fuerte y creí vencer en mi delirio adolescente, pero ahora creo prosaicamente que no me gustó demasiado. 

Pero aquella otra vez, ésa a la que me refiero, resbalé en la tentación de la carne, no pequé pero repetí y navegué largamente en ella. Nunca volví, pero nunca me olvidaré, eso le tengo que agradecer, que a veces todavía alegra mis amaneceres. Pero por eso sé que puedo hablar de ello, que a ello puedo referirme como allí donde nunca debí caer, porque tanto bebí de ella, que me ahogué literalmente en su jugo, sintiéndome bien feliz de ahogarme que hubiera dado la vida por una gota suya, y era de veneno. No mata pero no deja consuelo.

Y la rigidez, la abstinencia, el bloqueo carnal. También lo conozco. Es como si nadie fuera capaz de sacarte el jugo, y no saber si eres tú o si soy yo. Duele, duele querer y no poder, como duele que otros quieran y tú no quieras o no puedas. Es la energía que trasciende al intelecto, es una coraza que se acabó fundiendo con la piel y llega a formar parte de tu ser. Quizá es lo que crees, pero hasta la concha crece y se rejuvenece mientras viva alguien en su interior. De repente se hará el milagro de nuevo. Volver a sentir hasta el vello de la piel. El levantarse de la carne. La conexión del yo con el ello. Nada habremos aprendido porque cada vez es distinto. Por eso comprendo a los que dicen que el placer es la droga de la que todos somos adictos. Comprendo a los que reprimen la energía de su cuerpo y la transmutan en otra cosa. Arte, tal vez. Por eso hoy me quedo con aquel placer que nadie te inmuta… …el propio placer de cuidarse.

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