sábado

Dar, recibir y pedir




Nos es preferible cien veces dar que recibir y que pedir. Nos cuesta aceptar un presente tanto como nos cuesta pedir una gracia, basándonos en una concepción cultural que hunde sus raíces en la educación recibida por cada cual en su niñez. De mayores creemos haber superado todo eso, pero nuestra actitud adulta comparte idéntica justificación. Cuando recibimos, nos colocamos en una posición inferior al que da, y eso es humillante. Cuando pedimos, nos colocamos en la posición del mendigante, y eso es doblemente denigrante.

Es asimismo posible que nos cueste dar, que nos coloca en una posición de superioridad que creemos no merecer; desmereciéndola entonces con pésimos actos posteriores al grato inicial. O que demos quitándole toda importancia al acto de dar tanto como al objeto sobre el que recae el mismo, en un acto de falso orgullo, intentando no ostentar tal posición dominadora, de lo que otros se aprovecharán ávidamente. Sin duda el que da ostenta el poder, el que recibe, el vasallaje. Es más fácil dar que recibir, y más gratificante. Uno se cree, porque se siente, superior a los demás. Además, el acto de la entrega exige agradecimiento ulterior, algo que dobla la servidumbre de quien acepta. Cuando damos esperamos agradecimiento, siempre sin recibirlo a nuestro gusto, y eso es humillante para el que da y para el que recibe.

Aparentemente contradictorio en sí mismo, tal sentimiento es un lastre para las relaciones y por ende para nuestra felicidad. Es de tan mala educación no dar las gracias como pedirlas constantemente. Entonces, si se arrastran traumas y transferencias, es preferible ni dar ni recibir. Oda pues a la autosuficiencia.  Cada cual tiene sus razones, sus servidumbres y sus dones.

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