sábado

Who am I?










Hay quienes no quieren estar a solas consigo mismos, porque les invaden los pensamientos desagradables, y se pasan la vida buscando desesperadamente nuevas actividades y compañías para llenar su vida de la felicidad que les falta. Todos el mundo ha caído alguna vez en esto, y salir de esta situación no es sencillo. 

Son pensamientos y sentimientos dolorosos acerca de la historia personal de cada cual. La gente se recrea en lo que les salió mal, en el daño que les hicieron o en el que ellos mismos provocaron, y aunque no hay ningún placer en revivir iras, resentimientos o tristezas no saben cómo salir de esto. Esperan que el tiempo todo lo cure, pero durante meses o años la memoria de estos sucesos les asalta en cualquier momento del día y frecuentemente de la noche, para hacerles revivir el pasado y sufrir otra vez las viejas afrentas. Además, como siempre hay de nuevas, el bucle se eterniza.

De forma insconsciente se busca todo tipo de distracciones para no amargarse, como soportar tostones televisivos, incluidos los deportivos, beber o refugiarse en otras sustancias y drogas, legales o no; se machacan en el gimnasio o practican deportes de riesgo poniendo su capacidad física al límite; pierden horas en las redes sociales y páginas de contactos en busca de nuevas relaciones; se unen a grupos de intereses con personas desconocidas… Lo que sea por intentar llenar la vida y pasar el tiempo de ocio lo más despreocupada y alegremente posible. No se soportan a sí mismos, porque no se aceptan, y porque odian tal como es su realidad buscan otra.

Por unas horas todas estas cosas servirán para eludir la sensación angustiosa del propio vacío y soledad, y para olvidar los infortunio. Intentarán mostrar a los demás una imagen inventada de sí mismos, tal como les gustaría ser y que los demás les vieran: serán personas que sonrían frecuentemente, que se mostrarán felices, buena gente, que vistan de forma inapropiada para su edad, que se mostrarán despreocupados, encantadores, y con ganas de divertirse; sin problemas económicos, laborales ni familiares. Nada más lejos de la realidad, querrán ser por un rato lo que no son para olvidarse de lo que sí son. Se tarda en conocer su real cara de amargura, pero al final siempre sale. Ojo: abundan en las redes y en las calles.

Ofrecerán una imagen ideal durante las horas que dure su paseo por el exterior de sí mismos, como cenicientas en su carroza. Lo duro de todo esto, es que cuando regresen a casa todo seguirá igual si no peor que antes, porque nada de lo que les preocupa se habrá solucionado y nada habrán hecho por resolverlo. Intentan eludir su insatisfacción en aras de una fantasía que sueñan conseguir, sin base real y por tanto sin garantía de éxito.



Por huir del pasado escapan hacia el futuro, perdiéndose el presente.



Ésta es la clave, aceptar el presente. No se pueden atraer cosas nuevas y buenas si nos estamos perdiendo lo bueno de que disponemos ahora; no se puede estar bien con los demás si no  se está bien consigo mismo; no se puede conseguir nada bueno sembrando una mala semilla; no se puede conseguir amor si estas cultivando dolor; no pueden crecer nuevas amistades si no aprecias a tus amigos actuales.  


No se puede vivir en el pasado ni en el futuro, sino sólo en el aquí y en el ahora. Si has caído en actitudes como la descripción anterior, entonces es que has perdido de vista tu presente, por mirar hacia otro lado. Detengámonos, y respira. Siente el aire en tu cuerpo. Medita.


Mi recomendación es sentarse frecuentemente en un lugar que te inspire, en plena naturaleza, que sientas la vida que late en tí y en todos los seres que te rodean, y que medites en el silencio de tu mente. Hállate a sí mismo y pregúntate:



¿Quién  soy yo? 







Respóndete, sin pensar.



ALz.




viernes

Sin corazón





pensaba que vivía

pues se lo llevó la primavera.

Pasó el verano y pasó el otoño,

 la lluvia se mezcló con la de su mirada,

ya lejana.



 Ese corazón volvió lentamente,

en busca de su ser,

 y halló paz en la quietud de su alma:

su esencia.







ALz.






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domingo

Entre tontos y locos





A veces me pregunto por algunas personas muy cercanas a mí con quienes he tenido algún desencuentro. 


He debido aceptar que les sigo queriendo, independientemente de lo que haya sucedido, aunque yo haya recibido un daño injusto, aunque la distancia se haya impuesto durante meses o años. El ser es más profundo que la cara que muestra una persona.


No han sido conscientes de lo que han generado, o sí; y cada cual se irroga su propia única, superior e irrefutable razón e interpretación del mundo. Hay quien en unos ojos hinchados, en vez de lágrimas ve bótox.


He debido comprender que el amor va en su propia dirección, y la relación en otra; y que la vida sigue su camino. A menudo todo ello va en direcciones opuestas e incomprensibles.




—¿Tú tienes la conciencia tranquila?
—Yo sí.
—Muy bien. Pues eso no te va a ahorrar
el infierno.






ALz.




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viernes

Aborregados







Así estaremos si no pensamos, si no leemos, si desconocemos el pensamiento de los grandes maestros. Y sólo sé que no sé... casi nada. He tenido cinco cursos de filosofía, dos en el bachiller de ciencias, y tres de ellos en la universidad, y los he disfrutado. Nunca me arrepentiré de haber estudiado los principales filósofos,  aunque no domino ninguno, y reconozco que por ejemplo la crítica de la razón pura de Kant, me costó semanas entenderla. Pero me sirvió de tanto.

La filosofía me ha aportado lo que las asignaturas teóricas no podían abarcar, pues se limitan a transmitir unos conocimientos básicos sobre las diversas áreas de conocimiento curricular. También me ha aportado lo que mi familia no alcanzaba a explicarme. Mucho qué, porqué y cómo de cosas vitales, que yo estaba ávida por aprender.

Recuerdo la primera vez que cursé la asignatura de filosofía, y mi asombro ante el pensamiento de los clásicos. Cuando muy pocas personas sabían escribir en catalán, fuí a la primera clase en que un profesor tuvo narices de dar en catalán en el instituto. Dentro, cada uno tenía libertad de hablar y escribir en la lengua que quisiera, pero los exámenes se hacían normalmente en castellano. 

A mí aquello me empujó a asistir a unas clases nocturnas de catalán de Villangómez, un escritor de extrema sensibilidad y profunda voz; nunca he escuchado a nadie recitar mejor unos versos. Además de aprender a escribir en su idioma y a pronunciarlo aceptablemente, me aficionó a la poesía en inglés. En aquélla época traducía sonetos de Shakespeare al catalán que sorprendentemente, tras pasar por sus manos, seguían guardando métrica y sonoridad. 

En aquellas aulas descubríamos el mundo y fumábamos, y vaya si se fumaba. Hasta canutos se colaron en clase. Era la época en que el humo todavía no ocasionaba enfermedades mortales, estaba bien visto socialmente y hacía crecer varios años de madurez a los adolescentes. Ahora les prohíben todo y hacen igual lo que quieren.

Con aquellos profesores aprendí el significado del libre albedrío, el poder del pensamiento crítico, y la magia del lenguaje conjuntamente. Me enseñaron a forjar mis propios juicios de valor y a ser consecuente con mis principios. Creo que la independencia de criterio no me ha abandonado, aunque el precio de la no coincidencia sea en ocasiones un tanto elevado. 

Las clases de filosofía tenían una dinámica que me encantaba: una vez había comprendido al autor, y cuando ya casi me habían convencido los argumentos que esgrimía, comprobaba como el siguiente autor iba un paso más allá; y disfrutaba cuando refutaba lo afirmado por el primero con razones igualmente poderosas y concluyentes, llegando a conclusiones dispares sobre los mismos temas. Ha habido personas extraordinamente sabias en el mundo, creo, que fliparían si miles o cientos de años después vieran cómo los hombres todavía se exterminan mutuamente, y no precisamente a dentelladas, como diría Hobbes, sino masivamente, o quitándose el pan de la boca. 

La filosofía me concedió el poder de pensar desde varias perspectivas y de aceptar la diversidad, y desde luego a no creer buenamente en la primera tesis que se me presente. Aprendí a discernir la lógica de los razonamientos y la veracidad de las conclusiones utilizando los recursos de mi propia mente, y me atreví a contradecir argumentos erróneos o tendenciosos desde mi punto de vista. Sobre todo aprendí a establecer mis propias opiniones basándome en el nivel de conocimientos, madurez y experiencia personal que en cada momento tuviera. 

En aquel entonces no había aprendido todavía a callármelas cuando convenía, como cuando me expulsaron de la clase de religión por defender la disolubilidad del matrimonio. Luego aprendí, pero  tampoco me sirvió para sentirme más feliz. Ahora estoy todavía practicando el expresar qué pienso de cada asunto sin importarme si me posiciono fuera del criterio mayoritario. Gracia que espero alcanzar completamente en la senectud, como corresponde.

Todavía aspiro a conseguir expresarme de forma correcta, amena y comprensible. Aprender es una tarea que nunca acaba. He seguido leyendo obras de pensadores desde entonces, lo seguiré haciendo y recomiendo a todo el mundo que lo haga. Mi primer libro me lo compré con seis años y me costó treinta y cinco pesetas; era de historias cortas, y estuve semanas ahorrando la vuelta de la merienda, pero valió la pena. Además pinté los dibujos a mi manera. Necesito pensar, leer, escribir y pintar, desde que tengo uso de razón, y hasta el día en que la pierda. Una cosa es expresión del intelecto y otra del sentimiento.

No comprendo por qué un chaval que va a estudiar una ingeniería, por caso, o el que salga a la calle a los dieciséis años, va a ser privado de conocer a Aristóteles, Rousseau, Hegel o Bakunin, valgan los ejemplos. Sin filosofía, sin la capacidad de discurrir y discernir, sin el poder del pensamiento crítico, estamos perdidos. Aborregados. Materialmente inútiles.

No entiendo los motivos que llevaron a quienes prohibieron la tesis darwiniana del origen de las especies, sobre la selección natural, en el franquismo. No comparto la eliminación de la filosofía cuando la vida hay que tomársela precisamente con muucha filosofía. No comprendo los motivos que les llevan, a los de ahora, a actuar para hacernos creer que la única selección válida, a mis ojos antinatura, es la financiera. El poder disponer de los demás con un plan de supremacía a largo plazo. 


ALz.


sábado

Consecuente






Hay quien conserva las llaves de todas las puertas por las que un día entró.

Y hay quien, después de salir, tira las llaves al mar para nunca más tener la tentación de volver a abrir la puerta que un día decidió cerrar.

Y tú... ¿quién eres?





ALz.



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