viernes

Tenemos algo que celebrar





La foto es de mi fiesta. No era mi boda ni la de nadie. La fiesta está hecha en mi honor y en el de unos pocos elegidos conmigo. Ésta es la foto de cuando la apertura de puertas, mientras la orquesta nos da la bienvenida y se sirve el cóctel de pie, en el vestíbulo.

Yo saqué el móvil para recordar el momento, en otras salgo yo, pero no soy el motivo de este post,  estoy porque hice la foto. Me quedó preciosa. Sólo los que se sentían catetos no se atrevieron a sacar la cámara o el móvil, muertos de vergüenza y autosuficiencia, como si cada semana asistieran a una cena de gala en semejante escenario. Yo tengo asumido que no. A mí que más me da, si digo que soy de pueblo y lo llevo a gala, eso te permite hacer muchas cosas libremente sin temor al ridículo.

¿Qué iba contando? Ah, sí, que hice fotos al escenario, al menos hasta que pillé la primera copa, porque después ya no había manera, no había forma de dejar el clutch y no era situación tampoco el ponérselo bajo el sobaco, perdón, bajo el brazo. Manejar el móvil con una mano y beber con la otra ya hubiera sido demasiado. Así que entonces me dediqué a revolotear entre los asistentes, saludando y calibrando simpatías. Ah, y qué placer elegir las personas con las que compartiría la mesa. Si bien hubo allí libertad de emparejarse, lo normal allí era hacer dobles de la doble pareja.

Obviamente también hubo libertad de aparearse, pero eso vino después. Apasionante observar cómo el juego de las afinidades y de los intereses hizo su trabajo y practicamos coaching en la más pura soft system methodology. Algunos diríase que emparejaron por estilo de ropa.

Comimos finas viandas de estética impresionista.  Para qué voy a contarte más si su pretensión era únicamente impresionar al respetable. Reconozco que no valoré demasiado el esfuerzo estético, aunque la ocasión se prestaba para eso;  pero sí diré que estuvo todo rico, o más bien, correcto. Tenemos el listón puesto muy alto.

A mí me gustó la coreografía del servicio con traje de escarabajo que marcaba meneíllo al andar acompasados con la misma pierna, pá, pá, pá, y los camareros que se esmeraban en servir los platos al unísono mientras yo intentaba descubrir quien daba el ya y quien se retrasaba en el movimiento. Pero no, no lo descubrí, y a medida que avanzaron los platos y se sucedieron las copas, menos todavía.

Los músicos hicieron un trabajo. Hubo baile. Bailamos y bebimos y hablamos y reímos y bebimos y bailamos algunos hasta desfallecer, conscientes de que no había más fiesta después. Tampoco hubo que conducir. Bueno, esa fue a grandes rasgos la fiesta en lo exterior. En lo que se ve, en lo que importa a algunos ya está contado todo. Pero la fiesta a lo grande iba por dentro.

¿Y a cuénto de qué cuento ésto? ¿Es que tenemos algo que celebrar? Pues sí. Mucho. ¿Por qué no? ¿Tú no? Yo creo que sí. Hemos enterrado el pasado, el invierno, a nuestros amores y a nuestros muertos. Y aquí estamos de pie. Celebramos que la vida sigue.  Celebramos que comenzamos una nueva vida y que comienza hoy. Que hemos salido ilesos o malheridos de las desgracias, pero vivos. Que vencimos la enfermedad. Que un nuevo amor vendrá. Que hemos aprendido tantas cosas y que nos quedan por desaprender unas cuantas. Que hemos ganado y que hemos perdido, ¿y qué? Que lo perdido nos servirá para agradecer lo nuevo que venga. Que hemos ganado años, experiencia, por qué no, sabiduría. Claro que tenemos algo que celebrar. Mucho. Aquí celebramos que tenemos con quien celebrarlo, simplemente.

ALz.




No hay comentarios:

Publicar un comentario