martes

Es Vedrà.



Ahí está, ahí abajo. Saludando al viajero que levanta el vuelo. Me iba, pero igual podría haber llegado porque aquí volví. No iba a añadir nada, la poderosa imagen es suficiente, pero es imposible no hacerlo. Aguantaos.

Desgajada de la tierra y a casi dos kilómetros mar adentro, casi cuatrocientos metros de altura.
Datos que sirven para dar una idea de su magnitud, que se aprecia plenamente a ras de suelo en la cercanía, o a cierta distancia, desde el mar. Quien la conoce se asombra.

Habitada un día por un anacoreta y unas cabras. Nadie más. No hace falta irse lejos para retirarse del mundo. Sirve cualquier peñón y una cueva. Ahora quedará alguna cabra, quizá, y en verano, algún turista de visita.

Se ha dicho que es Vedrà  forma parte del triángulo magnético donde las brújulas enloquecen y pierden a los navegantes. Qué magnífico y qué miedo daba aquello. Pero a decir verdad, eso fue antes del gps. Hace tiempo que no se pierde ninguno. Una pena.

Sus aguas profundísimas son tan azules y claras que deslumbran. Hay un manantial de agua dulce. En su cercanía suceden cosas. Cosas raras. Hay que comprobarlo para creerlo. Venid a verlo.

Nada podría superar su misterio, y el pavor de las corrientes que lo envuelven, nada quizá a menos que fuera un volcán dormido. Quien sabe si un día lo fue, quien sabe qué movimiento telúrico tectónico o magmático le hizo surgir entre las olas.

Sabios, turistas, hippies, monjas, monjes, enamorados, guiris, pueblerinos... ineludiblemente todos han acudido a su magia y se han dejado embaucar por ella. Cada cual os contará su experiencia. Parejas que vió nacer. Parejas que vió romper. Psicofonías a manta. Ovnis a pares. New age. Danzas. Sones. Rezos.

Bellos momentos, felices, crueles, amargos momentos, que de todo hubo, que de todo resta aquí.
Auspiciados por su sombra. Ponedle vosotros la poesía de la que carezco esta noche. La tiene. Ya lo creo que sí.

ALz.

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