viernes

Agua que no calma la sed





¿Hay algo más rico en verano que un par de melocotones frescos?
¡...(')...!

-¡Qué cansancio, hija! Hoy he trabajado mucho, reventao vengo oye, todo el día fuera de casa, lidiando con dueño, el público en general y las jilipolleces de los compañeros, y por la noche, cuando al fin salgo de trabajar, ya me estaban esperando los colegas y tengo que ir y aguantar a los amigos borrachos en el bar, unas cañas y dos jajás con las titis, y pá casa, reventao, y... ah, ¿qué hay de cenar?
-¿De cenar? Querrás decir de desayunar, ¿no? Ahí lo tienes, frío ya, al lado de la pica.
- Bueno, eso, -mientras va a la cocina y devora media tortilla de patatas- qué hambre y que buena estás, tía. ¿Nos pegamos un polvo esta noche?
- Que no, que no, cielo, que no; que hoy tengo la regla... déjame, y se suelta- y él la deja, displicente, mientras se lava los dientes y se tumba en su lado de la cama sin pintas de querer dormir.

   Ella entra el el baño cuando él sale, se pone una compresa con alas, de las que abultan, sólo para que la deje en paz. Lo consigue; ya en la cama él le toca el trasero y se vuelve con un bufido. Eso nunca falla, piensa con una sonrisa maliciosa, es que ese capullo no sabe contar, ni falta que le hace.

   También está baldada, pero de otra cosa. El día ha sido novedoso y largo y no le quedan ya ganas de ná. Suspira. Ella ya había tenido bastante ese día de cama, fue con el cartero otra vez, invitado a pasar por ella, porque sabía que iba a estar otro día sola y aburrida en casa, los niños en el colegio y el maromo de encargao en la tienda de electrodomésticos de 9 a 21 horas. Tienen algo especial para ella los carteros, ha repetido dos veces este año. Sólo que esta vez no ha sido con el cartero, ha sido con la nueva, con la cartera. Hace pocas semanas que la han cambiado y la mira con lascivia cada día al pasar. Esa cara angulosa un poco de malas pulgas, esa frente despejada y limpia de maquillaje, esas tetas pequeñas y pegadas al cuerpo pero de pezones rebeldes, su culazo, esa voz ronca, la ponen; la ponen sin remedio a aspirar con la boca abierta: ¡uhhh!

   Hacía tiempo que el mirar un pecho tras una camiseta ajustada no la ponía así. Solían ser las tetillas de un macho musculado que le hacían entrar ganas de hacerlo. Pero ésta es especial. Lo que le pasa con esta cartera no se parece a ninguna antes. Últimamente compra todo tipo de chorradas por catálogo, y hasta se envía certificados a sí misma desde el pueblo vecino aprovechando que va al mercado, al menos, una vez por semana. Es una pasta, pero nadie lo sabe, sólo por verla llegar por el camino, bajarse de la moto, por observarla, lo vale; por hablarle, por rozar su brazo, tal vez su seno cuando le coge el boli para firmar en el libro el garabato del recibí, el precio del certificado lo merece con creces. Cada día que pasa avanza un poco más, ya se conocen, ya bromean. Le encanta su sonrisa. Hoy se ha dado cuenta seguro de que la mira con deseo.

-Pasa, quieres agua, te hago un café. -le ha dicho hoy, y ha pasado del porche al interior de la casa mientras le hacían agua las entrañas-. Hoy se ha dado cuenta sin duda, piensa contenta. Y además está la bata de tejido sedoso y fresco, que marca el trasero y deja adivinar todo lo que tapa, buena elección. Mientras pone la cafetera le resbala un hombro. Lo deja así, está sudando, cuando se inclina se le ven los pechos y el pubis y ella lo sabe, por eso deja caer un trapo al suelo. Le deja mirar. La otra mira y se turba. Se agacha como para ayudarle y no puede aguantarse y acaban rodando ambas por el suelo de la cocina, tocándose los muslos, riendo nerviosamente con el ansia. Se seducen con los dedos, con las manos, con la boca, con la lengua, con la intención, plenamente. Beben ambas de un agua con gusto a melocotón, de un agua que no calma la sed. 



Pintura y texto: ALz






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