lunes

La importancia del proceso







He comenzado el post por el final. A pesar de que comienzo por el final estamos al principio. Para llegar aquí he narrado un proceso sentimental que me ha tenido ocupada  varios días; respecto al proceso del trabajo ha transcurrido al menos en cuatro o cinco sesiones repartidas en varias semanas.
Es personal, pintura y emociones contadas en primera persona singular.


Iniciamos el proceso, 
imagen número número uno del final del segundo día sobre el ejercicio playero:






Para comenzar te diré que acometí la tarea con mala disposición de ánimo; yo a esta imagen playera no le encontré ningún atractivo y ningún interés. Tan pesimista me sentí, que ahora me doy cuenta de que hice la foto como si escribiera, con el mar inclinándose hacia la derecha, como si fuera a trasvasar. O lo diré mejor, le encontré tan poco atractivo, que me costó ver virtud alguna en el trabajo encomendado. Me armé de disciplina y de paciencia; en  todo caso hay que hacerlo, me dije, así que mejor hacerlo de buena gana. Todo tiene algo que ofrecer, de todo hay algo que aprender. Me puse los cascos y Old Ideas y comencé a preparar la tela. Pero cómo sería que al llegar a casa busqué una imagen costanera que me diera más feeling y me puse a dibujarla, para desquitarme, para hacer algo de mi gusto. Luego hablaremos de eso, está secando. Es posible que un día la enseñe.


Me lo tomo como lo que es, un ejercicio. Los sentimientos no importan. Influyen no sé cómo en la forma en que uno mueve los dedos y desliza el pincel. Sin miedo pero lento. Parte uno. Sin prisa. Lo primero que hay que hacer es saber dónde hay que colocar los objetos del dibujo.  Definir exactamente y cuidadosamente su tamaño, su forma y su situación. Copio, copias, copiare. Declinando, dibujando. Es la única forma en que será reconocible el lugar. Ser absolutamente fiel a lo que se pretende reproducir o interpretar, que ya vendrá. 

Esto que parece tan elemental, tan de cajón, no vayas a pensar que lo es siempre, ni para todo el mundo. Yo lo he comprobado. La primera libertad de los alumnos, la primera rebeldía, está en falsear las proporciones del dibujo que sea. Aquí, en este ejemplo, la isla sería más ancha, o más alta de lo que es, o le faltaría esa curva característica de su perfil. Dar como acabado un dibujo imperfecto es un error tremendo, y todo lo que se construya posteriormente no hará sino acrecentar ese error de partida. Cubriendo el trazado a lápiz con pintura no haremos más que empeorar las cosas. Esto que digo es aplicable a muchas otras parcelas de la vida, no solamente a la pintura al óleo. En escritura sería como tener un guión cuidadosamente estudiado y ya previsto al comenzar a disertar, sobre el que se desarrollará posteriormente la obra. El comienzo debe ser impecable si lo que viene detrás ha de estar construido sobre el mismo.

Pero continuemos divagando alrededor de la pintura y dejemos la escritura para que sus especialistas nos expliquen su proceso, como hizo un día de forma magistral e igualmente informal el escritor José Luis Muñoz hizo en su blog La soledad del corredor de fondo. ¿Por donde íbamos? ¡Ah, sí! Dibujado está. Ahora existen varias alternativas para continuar, pero todas tendentes a desterrar el blanco y encontrar la tonalidad general de la pintura. Dicen que el miedo al blanco es el miedo universal del artista plástico. Ante una tela en blanco, asaltan todo tipo de miedos, todo tipo de dudas, algunos se angustian, por eso la prisa por tapar el blanco. Yo siento más que nada prisa por avanzar, por ver ya algo hecho. Por eso disfruto mucho con el paso que sigue. Después del dibujo, hay que hacer una aguada cargada de diluyente a dos tintas y a partir del tono general aplicar la capa cálida primero, y la fría después. Permito que alguien intervenga, y luego me arrepiento; si me equivoco, prefiero hacerlo sola. Es un fastidio acarrear con las consecuencias de los actos ajenos, después. Cuando está seca, al día siguiente, la observo y el resultado me disgusta profundamente. La secunda capa acaba por diluir la primera y borrar el meticuloso dibujo; además, los defectos de la tela de algodón se notan más por efecto de la acumulación de líquido. Pero doy por hecho este paso y no pienso volver a realizar más capas sobre lo seco. Pero interiormente siento más que nada enfado. Pero lucho por no expresarlo. Creo que ese día pongo la música más alta que ningún otro día, para aislarme. No hablo. No quiero oír nada, ni a nadie. El dibujo ha sido parcialmente borrado y debo comenzar de nuevo a definir las formas objeto de la pintura, ¡qué fastidio! Comienzo casi de cero. Experimento fracasado por mi parte. Hago una entonación a la antigua usanza y casi en seco, que es la que verás en la fotografía número uno y preparo la paleta con masa suficiente para comenzar a empastar inmediatamente. Trabajo rápida, mecánicamente, pero me doy cuenta de que en mi ánimo está que lo que hago, más que creando, es reparando un trabajo mal hecho. O mejor dicho, hecho como había que hacerlo, pero con un pésimo resultado.

¿El peligro de casi haber desaparecido el dibujo? El peligro, como en la vida misma, es la falta de guía, es no planificar adecuadamente sobre qué elementos trabajaremos después. Es la falta del guión en la escritura. Perdona que insista, ya sabes que mis textos superan frecuentemente las cien y las doscientas páginas, debo tener un esquema clarito clarito antes de comenzar a enrollarme. Por eso vuelvo a comenzar y no me importa tardar más en esta etapa inicial. Por eso siento ese desvalimiento de haberme quedado sin guía y con un panorama emborronado.

Luego lleno los principales bloques de sombras. Obtenida la entonación general dictamino que la encuentro ciertamente triste, nublada, casi dolorosa en esa quietud oscura como si hubiera pasado una tormenta y nos encontrásemos en el interludio de una nueva. No me gusta nada. Vaya, esto comienza con mal pie, me digo. Creo que en el fondo era dentro de mí misma donde se hallaban los nubarrones de desesperanza, o que definitivamente deseaba hacer algo que me alegrara.







Así que decido que voy a ser infiel a esa luz gris y fría y me decido por los pasteles. Monto de partida una paleta de tonalidades alegres y primaverales. Maravillosos azules ultramar y cálidos rosas maquillaje como yo quisiera que fueran las cosas. Luminosas, inocentes, felices. En azul y rosa bebé. Carlos me dice -Ese azul no es. Para nada. -Ya.  Menos mal que me lo dice, y me devuelve a la realidad, porque me importaba un bledo que no fuera. No sé que tengo en la cabeza. Una cierta desconexión con la vista y con los sentimientos del momento. Creo que quería practicar la colorterapia. Pobre azul, tan bonito. Tendremos que matarlo con un poco de magenta y amarillo. Me siento rebelde y feliz a la vez, pero le clavo el estoque y tiño de rojo el mar. No sé si es peor pintar de verde el mar. Es igualmente equivocado. Debo irme rápidamente, porque me están esperando en otra parte. Lo dejo ahí a medias y ya lo ves.

 Fotografía número dos. Al inicio de la siguiente sesión le saco la instantánea, lo miro,  remiro, lo encuentro encantador, bucólico y poco ajustado a la realidad. Pues claro, qué me esperaba. De nuevo lo que yo quiero ver en mi mente no es lo que es en la realidad de las cosas. A qué me sonará a mí esto, otra vez me sucede lo mismo. Veo lo que quiero ver o lo que me invento, a mi manera. Supongo que es lo que nos sucede a todos, aunque no todos se atrevan a describirlo. A ver. Seamos serios. Toca matizar, trabajar sobre la capa húmeda, a ver qué sale de aquí. No digamos que es trabajo inútil, digamos que es una mala aproximación a lo que quiero explicar. Creo que es todo un proceso mental lo que estoy describiendo, más que un proceso de trabajo. Luego lo aplicaré a otra cosa. En la vida es lo mismo. Veo lo que quiero ver. Lo que me imagino.






Es una parte de mi proceso interior lo que ves y lo que te cuento aquí. Es sencillamente lo que siento, aunque no sea sencillo reconocer lo que siento. Es tener la humildad necesaria para darse cuenta conscientemente de que me equivoco frecuentemente. La tercera fotografía ilustra el resultado de la tercera sesión de trabajo. Estas sesiones son de hora y media, o poco más. Aquí hay que volver un poco a la realidad. O caer de bruces en ella, dependiendo de lo que uno se haya desviado. Introducir las luces y las sombras, las entonaciones reales del mar y de las rocas, algunos detalles. Trabajo con un pincel grueso, del 22, con una punta ancha y afilada como una cuchilla. Me divierto bastante pintando de colores líneas en el mar. La ilustración gana realismo.

Sin embargo no me encuentro satisfecha del resultado. Supongo que el próximo día le daré los toques que le faltan. Yo no los voy a decidir ahora, lo dejaré para descubrirlos al final, el cuarto día. Seguro que entonces veo diferente, tras un lapso de no mirar este paisaje. Bueno, ya verás. Se irá al traste la tranquilidad de esa playa. La cuarta sesión todavía no se ha producido. Será el acabado final. Aunque para mí el ejercicio ya podía acabar aquí. De hecho dí algunos toques que me podía haber ahorrado en este estadio, como la espuma de las olas, porque estaba convencida que no volvería a tocar la pintura. Ahora no estoy tan segura. Ciertamente, no hace falta ser perfeccionista. Puedo dar por terminado en cualquier momento el trabajo, y me siento tentada a hacerlo. Pero estaré obligada a mirar con ojos objetivos la pintura. Me ha quedado soso. No puedo dejarla de cualquier manera. El cielo no tiene carácter, el mar no tiene brillos. Para decir verdad, así era el modelo. Aburrido, anodino, el infeliz. Ahora he llegado hasta aquí. Suficiente, ya no hago más esfuerzos. Pero qué pasa, que no estás satisfecho con el resultado. Si quieres trabajar, puedes seguir. Siempre hay cosas que mejorar. En este caso, hasta la realidad puede mejorarse introduciendo un poco de fantasía. Vale, me invento unos reflejos, pinto unos nubarrones. Ve arriba del post y compara. Bueno, creo incluso que hay una foto final, de detalle, de pincelada... En ésta no veo los diferentes matices del rosa del horizonte. A ver si la encuentro.....

ALz.


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