lunes

Calas




Calas gemelas. Como cada primavera me sucede, invariablemente he de recuperar las flores. Las necesito. Las amo, celosa de su olor. Ando buscándolas por todas partes, necesitando cerciorarme de que la vida tras la tragedia se despierta de nuevo, de que la naturaleza emerge vibrante y rompe el velo de la muerte fría. Hasta que las hallo mi ansiedad no decrece. Esto me sucede sobre todo con la flor del almendro. Este año no renace, pienso tocándolo con mis yemas, pero siempre lo hace desde la madera inerte y gris de árbol atormentado. Cuando explosionan en enero me siento tremendamente feliz. Siempre he creído que sufren muchísimo durante el invierno, y que se retuercen de dolor cuando la savia se les va, hasta que les vuelve, que no duermen. Flores níveas y tan puras como frágiles en las manos de un niño. Ahora las echo de menos y recurro a mis recuerdos. Mi madre tuvo un ramo en su peinadora y yo recuerdo verlo como si fuera ahora mismo. Las puso en un jarro alto y esbeltísimo, como una rama de cristal transparente. Echo de menos la primavera, la primera de las flores. Y si me apuras, te diré que también el primer amor y la tierna juventud. Estamos en lo que se llama aquí la primavera de invierno y la última parte de la vida. La transición otoñal a las largas noches, este año es especialmente cálida y tranquila, mientras los días van menguando minuto a minuto. En el alma y en el tiempo la calma. Ya vendrán las tormentas, después. Hay tiempo. Hay tiempo. Queda mi huerto en nada, después. Arrasado irremediablemente, una vez o dos, o tres por temporada. Hago recuento de las bajas llorando y quemo los cadáveres rotos, congratulándome de haber llegado a tiempo para salvar algunos de mis ejemplares más bellos, o de haberlos sabido resguardar al menos. A veces me alegro de que por fin hayan fenecido algunos, la verdad. Porque yo matar, no mato a ninguno. Ha de ser la tormenta, o la sed. Todo lo que quiere vivir tiene acogida aquí a mi lado. Pero cada invierno sucede. El tiempo o la ausencia. Luego voy a por buscar otras y me las traigo a casa, la pena de una flor perdida con una flor nueva se pasa. ¡Ay! Todavía no ha llegado el frío y ya estoy añorando que se vaya, que los días crezcan de nuevo, que el jardín se me llene de flores y que mis almas gemelas vengan a visitarme. Tú lo comprendes, ¿verdad?




ALz

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