sábado

Ser de piedra




Algunos afortunados podemos vivir sin sexo y disfrutar de la vida. Si a tí la falta de sexo te parece algo imposible, es cosa tuya, porque esto no supone ningún problema para mí. Me siento estupendamente sin la necesidad de acostarme contigo. No hay pamplinas ni deberes que valgan cuando no se siente nada.  No siento deseo carnal. Esto es un hecho. Me dan arcadas sólo de pensar en que se me ponga encima una persona sudada, pesada y empalmada. Si fueras un adonis, pues quizá no vomitaría pero vaya, que me trae al fresco.


No nací así, es una decisión más reciente. Alguna vez lo he hecho. Quiero decir, que alguna vez he tenido relaciones sexuales con alguien. Fue en mi juventud, casi en mi adolescencia y nunca me gustaron. La primera vez, él no pudo penetrarme. Si yo tenía poca idea, él, ni zorra ídem. El capullo de mi novio ni encontró el lugar ni la humedad apropiados para tan profundo cometido.


Me quedé traumatizada con mi primera relación sexual: esto no entra, y además duele. ¡Jolín! Si esto era el sexo que todos los chicos buscaban de mí, pues menuda mierda era aquéllo. Empecé a rechazar pretendientes, mientras más gorda la exhibían, mayor rechazo sentía yo. En aquél momento intuí problemas. 


La segunda o la tercera vez —me dijeron que a lo primero duele pero después gusta así que volví a recaer—, él desesperado de intentarlo y yo cansada de quedarme peor que antes, me decidí a buscar un amante más experimentado, y puestos a elegir, un tipo apuesto que me pusiera como era debido. Me ligué al más guaperas del insti, mejor dicho, me lo llevé directamente al catre. Sí, el chaval funcionó y me desvirgó, pero aquello fue un visto y no visto, aquél tío era precoz en todo y no solamente en afeitarse... Me quedé traumatizada de nuevo. ¿Y ese milisegundo era todo? Nunca volví a envidiar a la novia del guaperas.


Luego tuve algún rollete esporádico, como aquellas noches después de tomarme unas copas en la disco, pero nada destacable. Ellos eran los que tenían ganas de sexo y me colocaban con toda clase de porquerías y me daba corte no corresponder después del gasto y las risas y me dejaba hacer; el qué, pues no lo sé. Sólo sé que la ración de mimitos y tiritas me la tenía que dar después a mí misma en la intimidad de mi cuarto. El sexo era egoísmo y yo de eso estaba harta.


Un día me enamoré y follamos un poco, diré que muy poco a nada desde que nos fuimos a vivir juntos. Él tenía un artilugio en el armario del baño y se enjabonaba el miembro con eso. Yo a veces se lo hervía para que no pillara algo y nos apañábamos. Si él mojaba por ahí, ni lo sé ni me consta pero sí me importaba, por decencia. Le dije que el día que me enterase que fuera con otra, no le ponía las maletas en la puerta, sino que se las llevaba directamente a la casa de la otra, para ahorrarle el trabajo. Lo cumplí y desde entonces vivo sola.


Y me he vuelto muy zen, vivo en el aquí ahora, haciendo, diciendo y sintiéndome lo que me viene a la real gana. Hace ya mucho tiempo que dejé la bebida, que dejé el tabaco, que dejé de comer la mitad de los alimentos comestibles que hay en el mercado, y hace ya muucho tiempo que dejé definitivamente de practicar sexo.


¿Y qué? Quien me quiera que me compre, yo soy así de bicho raro. He descubierto que a mí lo que me va es la meditación trascendental y que me basto y me sobro  para ser feliz en la vida. Lo que pasa es que he trascendido esas pulsiones orgánicas osgásmicas con las sensaciones de mi mente, mi cuerpo y del aire de mis pulmones. No hay nadie que me quiera más en el universo ni que me comprenda más profundamente.


Y no te imaginas qué a gusto poder estar a mi bola, sin rulos, tacones ni maquillaje, sintiéndome auténticamente yo con ojeras, lagañas y greñas mañaneras, liberada de la necesidad real o ficticia de acicalarme para la seducción en cuanto salgo de la cama o bajo a la calle... con mi ropa ancha y cómoda de lana, algodón y seda y al margen de modas y rebajas... No sé si comprendes, éso no se puede hacer  con el placer consciente con que yo lo hago porque sé que a nadie quiero atraer y a veces precisamente para no hacerlo, ¡pero qué gusto!


No eres el primero, claro, que me ha buscado con la pretensión de follar. Vienen y se van. No comprenden que funcionen mis hormonas, mi clítoris, mi vagina y mi cerebro y que no quiera tener sexo. Se creen que no me gustan y que les rechazo y luego se enfadan y a veces me insultan y luego pasan de mí. Hubo uno que pensó que me reservaba para el matrimonio, y entonces yo le seguí el rollo. Quedan antiguos todavía.


Una de mis formas de disfrute es tejer a dúo apasionadas conversaciones de elevado contenido intelectual y sensual con una persona interesante, sin importarme lo más mínimo su género, su inclinación sexual o sus características fisiológicas. Soy todo cerebro, y en interacción con el tuyo podríamos llegar a un orgasmo mental. Pero luego te lo acabas en solitario si te apetece. Ni se te ocurra llamarme lo que estás pensando.


Algún día o nunca comprenderás que para mí es placentero sentarme, acallarme, escuchar música, leer un libro,  mirar las olas desde la playa, tener una charla plagada de silencios, dar un paseo juntos sin andar pegados, hacernos una compañía que se parece mucho a la soledad: Estar solos acompañados. Y disfruto más de eso porque sé que no hay más entre nosotros que lo que podemos compartir el día de hoy. Hoy es todo lo que hay, y hay lo que ves.


ALz.





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