Nunca le ha gustado demasiado el champán; a decir verdad, es porque se le sube un totalmente bobo, pero la única fórmula para soportar la noche que iba a venir era comenzar por beber una copita en casa, y ella lo sabía. Prefería ir de tonta por la vida. Así que coge la botella, e imprimiéndole un ligero giro con una mano empuja simultáneamente el corcho con la otra repitiendo la operación varias veces hasta escuchar el "pop" esperado y se sirve una copa bien fría. Observa tras el cristal los efluvios subir a la superficie y suspira; son las siete cuarenta y cinco; ha anochecido y está sola a estas horas. No le agradan las fiestas para quedar bien con los compromisos de su marido. Sin embargo, era obligada en aquella ocasión su asistencia, para qué se iba a resistir o engañar, si al final sabía que iría. Y por supuesto, iba a salir e iba a quedar bien, como lo que es, como una señora. Era una ocasión muy especial: iban a celebrar el tránsito del año viejo al año nuevo, ¿algo nuevo, algo viejo? ¡que va! se mueve en idéntico ambiente; dentro de las casas nunca cambia nada salvo la decoración y algún empleado; por ejemplo en la suya: todo a su alrededor es nuevo menos ellos, que son casi viejos ya. Y ninguna novedad en esa casa de anticuario donde van a cenar, quizá habrán añadido otra pieza igual de vetusta que sus amos, el año que viene igual de antigua que el pasado, pero más rancia, sin duda. Hay gente que disfruta con los trastos viejos, por ejemplo ésta, pero ella no; siempre dice que para vieja yo. No era un panorama alentador. Sin embargo aún siente algo de la ilusión que antaño sentía las noches de San Silvestre, el cambio de dígito representaba de alguna manera el cambio de la vida vieja a la vida nueva. Repite con convencimiento fingido su afirmación positiva ante el espejo: 2012 va a ser el mejor año de mi vida, el mejor año, el mejor año. Soñando, siempre soñando. Hace repaso de los rituales acostumbrados, y descarta todas las costumbres de las brujis de barrio: ni va a dar el beso obligado al primer hombre que entre por las puertas, (¿sólo faltaría, y si fuese el de mantenimiento o aún peor?) ni va a proceder al encendido de las velas de siete colores, (no sabe ya cuántas invocaciones desgranó inútilmente el año pasado) y en cuanto a la ropa interior roja, qué va, nunca más; ya no le interesa ni para renovar la pasión de su hombre. Menuda idiotez comercial de costumbre, -musita-, pero recuerda que al menos las compras de la última nochevieja le sirvieron para vestirse de nuevo por San Valentín, en que se repite la horterada de la ropa interior imposible de revestir; en vez de eso, se pintará un beso de carmín -por dentro- en el culotte de encaje negro, que para el caso servirá lo mismo pero con más glamour; si es que sirviera de algo, (ya que nunca ha servido para atraer hombres el mancharse de rojo las bragas que yo sepa). Lo que sí hará por mero ritual y puñetería es revestirse de oro puro; dicen que llevar oro esta noche atrae la riqueza a quien lo usa, así que abusa, y aún en el supuesto de que ello no fuera cierto, demostrará que ya ha atraído la suficiente; ha abierto su pequeña caja de pared y ha elegido las piezas que se probará sobre su cuerpo desnudo, para comprobar el efecto deseado: unos pendientes largos, elige no los más costosos pero sí los más llamativos y brillantes, y eso es lo todo que hace falta para resaltar su rostro en amarillo como la luz solar; pero las verdaderas estrellas de la noche serán sus manos arregladas con fina manicura japonesa y dibujito de rayitas negras y cerezas tipo zen; usará sólo tres anillos, pero de tendencia y tamaño importante, y ocho pulseras que tintinearán en sus muñecas toda la noche atrayendo las miradas al dorado de brazaletes y los charms. ¿Collares? no, descarta usar collar, a punto estuvo, pero tras probarlo y mirarse críticamente, no quiso recargar más su imagen, suficientemente abastecida, así que elige ir con el cuello desnudo y una simple lazada.
Así, descartados otros rituales, andaba rumiando cuáles iban a ser sus doce deseos para esa noche, porque las uvas sí que quería tomarlas aunque no creyera en ellas, eso sí, convenientemente peladas y exentas de todo resto de pepitas. ¿Cómo las tomarían los demás? Y al caer en la cuenta del resto de invitados, decidió que mejor no pensar ni en ellos ni en el año que se avecina, qué aburrimiento, qué preocupación, las cacatúas de siempre con sus respectivos maromos, ni rastro de elegancia, mucha falsa pedrería y lentejuela china de zara, todo el mundo hablará de lo mismo, sobre todo ellos, las mismas noticias deprimentes, la subida generalizada de impuestos a la clase media, el anticipo de los recortes de verdad que llegarán previsiblemente en primavera, cómo haría cada cual para controlar la sangría de las subidas de la prima de riesgo, supuestas ventajas sociales de la congelación salarial, la mala inversión realizada en la fundación del yernísimo y las declaraciones del sastrecillo valiente con nombre de torero... no piensa hacer ni caso de todo eso, de lo último que han hablado los medios, descartado el repaso del año, se queda con el divorcio de la Perry y con el último novio de la madre de la LiLo, taaaan joven y con el pelo taaan largo y taaan rubio y que se parece un poco al de seguridad... ...y tan conjuntado y apetecible, la verdad. En fin. Pasa el tiempo. Se mentalizó para comenzar el arreglo ya, dejando de pensar un rato en lo que vendrá y centrarse en el presente oohhmmm en el más puro zen, y tomándose una nueva copa de champán prevé sus dos buenas horas de preparación física. Prepara un baño caliente, muy caliente, encendiendo una vela con forma de estrella y aroma sublime, y subiendo el volumen de la lista de reproducción de Kítaro hasta el nivel de imposibilidad de oír algo más durante los 32 minutos exactos de reloj que dura, se semi sumergió con las piernas estiradas, haciendo círculos con los tobillos y deslizándose suavemente dentro del agua, que burbujeaba a la mínima intensidad, buscando el lugar exacto donde el chorro masajeaba alegremente su intimidad, le dio al dos, y allí se quedó el rato que precisó, intentando ser consciente del roce del jaboncillo de especias en su palma al compás de las notas hasta que ambos mujer y agua entibiaron; sólo entonces se desperezó y abrió el tapón, y escuchando el agua correr, se levantó para tomar una ducha rápida y sobre todo fría, para aprovechar la energía proporcionada con el reciente subidón del ritmo cardíaco y para sacar brillo a su cabello, eliminando así la pereza que la había aturdido hasta el final de su tratamiento de belleza, sin duda el que mejor cara le deja a una, sonrosada y feliz. Por no hablar de unos ojos sonrientes y soñadores, sin el mínimo rastro de contracción tensional.


Han pasado largamente las horas, tendrá que darse prisa si pretende llegar con un retraso aceptable, pero sé que no le importa; dispone una serie de minúsculas cajitas negras y doradas sobre el tocador, vaya, le corresponde a continuación hacer algo trascendente: dar los toques finales de color, acabar con una sesión sutil de maquillaje y más especial que la rutinaria, se aplica una capa apenas perceptible de base unificadora del tono de la tez con el pincel plano, arrastrando los dedos por el contorno del rostro, ahora se da con estilo una pasada ligera de polvos fijadores, rotando y levantando una brocha redonda, cuando lo da por terminado, se pasa unos brochazos de colorete sonrosado bajo las mejillas, sobre la línea de la nariz y en el mentón, y espera, también en el canalillo, aportando un efecto visual de profundidad y volumen a sus senos, lo que comprueba con una mirada de asentimiento; traza una línea precisa con su perfilador negro humo a ras de las pestañas superiores elevándose y prolongándose unos milímetros en el extremo externo del ojo y se aplica dos capas de máscara efecto volumen, moja un pequeño pincel en sombra dorada y se da bajo el arco ciliar, otra mirada más y se considera ya definitivamente lista, recoge el labial y lo suelta, sin duda deja para el final el brillo rosado en los labios, para cuando acabe de beber el champán y no manche la copa con la boca, que es algo que no es que no le agrade, sino que no lo desea; pues luego tiene la pulsión siempre y sin querer evitarlo de ir buscando el sitio exacto donde posar los labios de nuevo e instalar una nueva huella superior borrando la huella anterior; podría reconocer su copa por la forma de sus labios inferiores y el color de su barra, y el esmero en depositarlos como un calco sucesivo sobre el cristal. Por este motivo se dibuja pero no se pinta todavía la boca.

Han transcurrido más de dos horas desde que comenzó la preparación para asistir a la fiesta y la hembra, de buen y esmerado ver, se debe sentir por sí misma agasajada cual princesa pero está sola, triste y descalza, y se quedará con las ganas y todavía no se ha arreglado completamente. El vestido negro de hombros al descubierto reposa estirado sobre la cama, y las sandalias, en la alfombra. Ahora parece que toma el traje dispuesta a ponérselo. En unos momento un hombre entrará en la habitación. Ella no lo puede saber, pero hace un rato que le mira acicalarse desde el control de presencia, de nuevo activo. A él le gustaría decirle: -Ohhh, querida después de este lento y sensual proceso, creo que podemos llegar un poco más tarde al evento. Seré rápido y fugaz para no estropear tu atrezzo, date la vuelta. Permite que te coja por las nalgas y veamos qué pasa ahí dentro. En cambio no dice nada, si iba a hablar se calla. Le mira señalando el reloj con el índice, transmitiendo más indiferencia que prisa y no disimulando un bostezo. La mujer asiente y se gira. Pero por el rabillo le ve y no puede dejar de observar que así trajeado aún conserva su buena planta y que le favorece su pelo gris. Recuerda cuánto le deseaba, que le gustaba exhibirse para él, desnudarse para él, tocarse para él, tal vez si hubiera entrado unos minutos antes le hubiera sorprendido todavía desnuda ensayando el arte de la sensualidad ante el espejo y hubiera despertado su hombría como hizo con el guarda de seguridad, pero ahora es demasiado tarde para pensar en eso y le dice: -Ven y súbeme la cremallera, por favor. El hombre se acerca a ella por la espalda y con un gesto suelta la tira halter, que cae sobre los hombros, acercando sus labios a la nuca; el vestido se desliza también rozando sus caderas sólo parando en el suelo y ella no lo impide. En el control cambia el turno a las diez y alguien acaba de desconectar la cámara del dormitorio. Serán sólo unos minutos. Todavía hay quien no comprende por qué las mujeres se recrean tanto en arreglarse o por qué llegan tarde a las cenas.
ALz.
¿Tendré que montar un sistema de vídeo-vigilancia en mi dormitorio? ¿Pero a quién pretende seducir, al marido o al guardia de seguridad? Hummm, me queda la duda. En todo caso, los hombres ya no se recrean en el arte de desnudar. Han vuelto a la etapa adolescente y te sueltan el sostén por debajo de la blusa. Si un hombre hace eso, ya sé que será un mal amante.
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