miércoles

Arcos y flechas







Hace muchos años me enamoré de ARCO, temo decir las décadas porque me hace sentir tremendamente vieja, o porque tal vez fue el primero de los grandes encuentros de lo mejorcito del arte contemporáneo reunidos en un evento internacional en este santo país. En aquélla época no existía el Facebook, ni tenía miles de amigos buenos artistas repartidos por el mundo como ahora,  algunos excelentísimos pintores, fotógrafos, escultores y demás tipologías que no se me vienen a la mente.

Los únicos años en que falté fueron los que compartí con un marido que se emperraba en cruzar las salas en diagonal. Acabábamos siempre en la puerta de salida; eso sí, su orientación espacial masculina era excelente. Yo, tonta de mí, me perdía y disfrutaba de aquéllas ideas disparatadas que algunos se atrevían a exponer porque era a lo que había ido. Él me estiraba de la mano y se entretenía viendo porno por unos agujeritos en la pared. La gente hacía cola de más de veinte o de cincuenta, qué se yo. Yo, ni me acerqué. A él fué lo que más le gustó. ¿Os acordáis qué año sería aquél? Después de aquello, no quise volver con él; y si iba sola mal, y si iba sólo con amigas, o con amigos, peor. Aunque yo iba como fuera. Consecuentemente, naufragamos como pareja hace ya varios años.

Luego en otra época conocí a un reportero de prensa que le enviaban allí; pero lo que más le interesaba, mucho más que fotografiar la feria, los galeristas o los artistas, era conseguir buenos planos de princesas, baronesas y doñas Leticias, para salir publicado; pero había que escribir unos comentarios generales sobre el presunto arte que había allí. Y digo presunto por contaminación jurídica, ya que el arte no es arte hasta que se cotiza que no veas en el mercado: o sea: el veredicto del inversor investido en juez es lo que convierte el arte en Arte. 

Los textos se los picaba yo muy con mucho gusto y gran divertimento de mi parte; porque era como un juego, como un pacto y un secreto entre los dos; me convertí, por arte y gracia del destino, en una reportera a la sombra, pero con una acreditación oficial de prensa, porque teóricamente iba a trabajar, no a disfrutar. Lógicamente, yo debía verlo con mis propios ojitos y fotografiar también las salas vacías del gentío, para poder escribir de ello y publicar al día siguiente un texto imaginativo e inesperado.

El año pasado a alguien se le olvidó traer mi acreditación de prensa y presenté mi solicitud como bloggera, más que nada porque es un fastidio tener que estar dos días en Madrid esperando al primer día de público en general que te dejen entrar haciendo colas kilométricas. Ahora no puedo prescindir de este privilegio de contemplar las obras en silencio y soledad.

¡Ah! y si todavía colaboro o no redactando textos sobre el arte, -que te lo estarás preguntando- permítime conservar el secreto de los textos y del reportero. Todo se andará, y pronto los firmaré como propios. 


ALz.















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