viernes

Si te he visto no me acuerdo





Cuando un hombre quiere enamorar, seducir o tirarse a una mujer le dirá cientos de cosas que no tiene la más mínima intención de cumplir con la expresión sincera de quien está hablando desde el corazón y mueve la lengua como las nubes se mueven por el viento, dejándose llevar por la fuerza de su pasión. Ella se perderá en sus ojos e impulsada por sus propias pulsiones, deseos y ciclo hormonal, se lo creerá, y si no, hará como que se lo traga anhelando llegue la hora de las caricias, del desmayo, del amor en la intemperie que se convertirá en polvo de estrellas; pero sólo para ella.


Para él, no. Se trata de parte integrante del subjetivo ritual de la caza. Se dice que a las mujeres les encanta que les halaguen los oídos y ellos lo hacen sistemáticamente; lo que dicen es casi cierto, es cierto en ese entonces; pero es tan efímero ese instante, que no dura nada o casi nada. Tómalo como un deseo que se ha ido arrastrado por el huracán y la lluvia blanca del alivio. Una fantasía para ponerse a tono. Sí, así fue.


Como mujer te diré que es verdad que nos gusta que los hombres nos hagan cumplidos, que nos pone, que prepara, que nos coloca. Todavía sueño con esos piropos de antaño y cómo me complacían sus galanterías que en un día bajo me sonaban como música celestial haciéndome subir varios enteros  sonrisa, pechos, autoestima y lubricación esencialmente; pero también te diré que he oído de las otras, aquellas lisonjas que se dicen por cortesía de un quedar bien mal entendido, o la intención de adular tu ego para conseguir otro tipo de favores después. Y qué decir de las simples y cándidamente dichas palabras por seducirte lo más rápido posible: de pronto eres la más bella y deseable de las damas, cuando tú te conformas con ser una señora de buen ver y mejor follar. Pues entonces... todo lo dicho es hablar por demás. Sobre todo cuando no nos place el varón, y aunque nos plazca, pues no produce el efecto buscado por él. Nuestro avezado sexto sentido -en este caso auditivo- lo nota y lo dicho nos chirría en los tímpanos resultando molesto y nos pone sobre aviso: cuí-dado, cuí-dado, te está camelando, cuí-dado.


Ay, tantas palabras, y cuan vanas, que gastan los hombres cuando se te acercan con pretensiones... ¿Recuerdas? Qué memorables momentos, qué encanto, qué engaño, ¡qué batacazo al poco tiempo!
Ah, pero vamos a hablar más de las palabras que pronuncian cuando entran, sino de cuando te despiden esos hombres de dios o del diablo; ya sabéis que todo esto no se aprende en dos días, ni en veinte años, a veces ni en cuarenta, y que requiere el concurso de las amigas, vecinas y conocidas, así que id aprendiendo a la vez que practicando, lo vais a necesitar, amigas:

Cuando un hombre quiere romper con una mujer hay ciertas fórmulas que se repiten.


Siendo racionales diríamos que si de lo que se trata es de despedirse, es preferible que sea con las palabras justas y meditadas. O sea, de la forma lo más educada y honrosa posible. Quedemos como amigos si puede ser. Y que no hace falta engañar ni pelearse, aunque es difícil hacerlo sin mentir ni discutir. Y no usar demasiados eufemismos a poder ser, que está muy pasado de moda eso de que necesito mi espacio o que preciso de un tiempo para pensar, nosotras eso ya lo hemos comprendido al menos desde el decenio en que salió el Cosmo, el siglo pasado. No hace falta que nos regalen las orejas con palabras vanas (si acaso unos pendientes están mucho mejor para dejar un buen recuerdo auditivo).


Lo que creo es que a las mujeres fuertes como yo nos gusta que nos digan las verdades abiertamente. Como hablan las personas, claro y sin levantar la voz; mirándote a los ojos, y luego al escote. Yo lo exijo siempre porque levanto la vista, pero a ellos les cuesta tanto, y se resisten a hablarte como hablarían a otro hombre. Nunca te considerarán como un igual, la hembra al hombre.


En ocasiones lo que hay que decir no es agradable ni de comunicar ni de escuchar. Y qué, habrá que decirlo, habrá que saberlo, ¿no? Pues por mí cuanto antes mejor. Pero es común que en esas ocasiones por el aludido no se afronta el tema; se posterga o si se puede se elude. No hay más posibilidades, intentará elegir la última si le dejas; yo creo que enfrentarse a la verdad es la mejor elección. Si me vas a dejar tirada con tus hijos quiero ser la primera persona en oírlo. Y después de oírme a mí, si tienes huevos te vas. Pues es precisamente lo que no quiere hacer ni oírte, hija mía.


Y puestos a pensar, a ver qué pasa cuando las palabras que van a decirse serán las últimas que vayan a ser oídas. Que cuestan. La terrible despedida. Tiemblo, pues que no sé si me voy a atrever a seguir hablando si vas a recordar lo que yo te diga. Y lo hace como si estuviera en un escenario imaginario. Tal vez las palabras serán recordadas siempre; tal vez estas palabras trascendentales serán el único recuerdo que quede en el tiempo de su persona. Mi consejo, aunque nunca se sabe en el momento preciso en que se pronuncian de lo avariciosa que puede ser la memoria, es que vale la pena acertar con ellas.


Hay varias formas de despedirse. Está quien rompe hablando: yo ya no te quiero, me voy; o el que rompe discutiendo o insultando: estoy harto, esto se ha acabado, ni se te ocurra volver a mi lado, mala puta. Perdón. Si éste es vuestro caso, chicas, no os quejéis: estos al menos se expresan: hablan, gritan o pegan. Son los menos, son los que dan la cara. El Hombre. El que dice sin ambajes ni rodeos lo que le pasa, lo que siente y lo que va a hacer. Raro y adorable especímen de la raza humana de los que no conozco... ninguno. Casi todas las mujeres en cambio, suelen ser así, aunque algunas es cierto que hablan demasiado. Por eso es tan difícil tomarlas en serio.


Luego está aquél que envía un mensaje o un whatsup sin derecho a réplica, también hay quien rompe por email con algunas palabras más de bien quedar. Meditan cuatro letras y borran la cuenta después, para que no haya canal disponible ni vuelta posible. Me he enamorado de otra, adiós. Y tú de un capullo, tonta. Mientras te quedas con tres palmos de narices. Yo hablo y tú te callas. Otra versión es el que no volverá a contestar tus mensajes del whatsup, o contesta con monosílabos al cabo de un mes. Bien. Punto y aparte. Gracias. Ya sabemos que la ruptura - ruptura se ha producido de forma unilateral, pero esto es too much. Mi consejo: no seas idiota y contesta enseguida por el mismo cauce y bórrate tú primero: por ahí te den, o mejor todavía, con un emoticono. ¿Hay alguno que signifique: a tomar por culo?


Llegados a este punto, conoceréis ya a quien publica en el twitter o en su muro de facebook que tiene una nueva pareja sentimental. Os presento a fulanita,  una mujer maravillosa. Y venga las felicitaciones de los conocidos, y tú que lo ves y se te pone una cara que mejor que no te la ven. Toma puñalada, morena. Y ella encima es fea, no sé que le verá. Qué tío, ni se molesta en romper. Son de los que dan por hecho la ruptura sin romper y pretenden que tú la asimiles sin haberte enterado. Y vas y lees el muro y abres los ojos y dices... ¡joder! Le mandas tu enhorabuena en abierto o en privado, por eso de la educación y la cortesía, pero con un ligero tono sarcástico que no puedes evitar, pues anoche todavía te estaba tirando los tejos, y va y no te contesta, pero te borra de la lista de amigos presuntos para siempre. O sea, chica, que te ha contestado a su manera. El caso es que como ejemplo de comunicación, no tiene precio. Pues nada mujer, que te lo diga así pues algo es algo o mejor eso que nada, pero por los cauces equivocados. Maleducado. Yo no le volvería a dirigir la palabra; creo que queda a la altura de los analfabetos tecnológicos. Qué poca clase, las redes no están hechas para eso, señores. ¡Ah! que de esos quedan pocos... Ya.


Caso aparte es aquél que deviene invisible. El hombre que cuando quiere castigar o dejar a una mujer, sencillamente se volatiliza. No literalmente. Deja de dirigirle la palabra. Es decir, desaparece del mapa: no le llama, no le escribe, no responde whatsup/messengers o directamente no contesta a sus mails y ni loco a sus llamadas. Luego está lo de evitar ir a los lugares acostumbrados de encuentro. No ha pasado nada, no le ha dicho nada, nada podía hacer prever una ruptura un día antes, unas horas antes, un segundo antes del último adiós. Pero un día él como aquél se se fue por tabaco y no volvió. Tan valientes que son con otros machos en la vida, en el bar, en la cancha o en los negocios como acojonados son con las mujeres cuando se trata de convenir el fin para una relación de amor o de sexo. Este caso me encanta, se merece otro punto y a parte.


Cómo hay que interpretar el silencio, me preguntas. El silencio si carece palabras no carece de significado, pues es una ruptura soslayada. ¿Entiendes? ¡Se acabó, no hay nada! Y no se atreve a decírtelo a la cara. No vaya a ser que le preguntes por qué  y no sepa que contestarte. Está claro, es el fin, por su parte. Y no quiere enfrentarse contigo. No vaya a ser que le montes el cirio como alguna otra antes. Es que el hombre es cobarde por naturaleza y le cuesta una enormidad esa cosa peligrosa de mostrar sus sentimientos una vez vistos los tuyos. Lo confunden con la vulnerabilidad más espantosa. No sea que si los muestran puedas herir sus míseros sentimientos. Se hacen los fuertes, los insensibles, es una forma de afrontar el estrés.


No quieren dar explicaciones, ¡qué pereza! Luego los hay a montones que no dicen nada porque no saben expresarse, incluso no saben qué sienten porque nunca le han puesto nombre a eso. Analfabetos emocionales. No te extrañe: enseñamos de niños a nuestros hijos que los hombres no lloran para que se callen; de adolescentes, que hay que controlar la expresión de sus emociones para que no sean conflictivos; y de adultos resulta que ocultan lo que sienten ¿y te extraña, no? Bueno, pues recogemos precisamente eso. Hay que dar la culpa a la suegra, como de costumbre.


Chicas, qué se le va a hacer. Es la fuerza de los hechos. Yo siempre lo digo: olvídate de su verborrea, ponte una canción de amor, si te hace falta, y llora cantando, canta fuerte y alto, vete al fondo, pero pasa de discursitos. Vale más un hecho que mil palabras. Atente a la objetividad de lo que está sucediendo: ¿Nada? Pues eso es lo que hay: Nada, monada. Cierra los oídos y mira qué pasa. Que no pasa más que el tiempo; pues es señal de que se ha acabado, tonta, ni caso a lo que dijera después. Ni falta que te hace. Reinicialízate.


Algunas mujeres siguen esperando desesperadas una palabra, una excusa, un porqué, un adiós; siguen queriendo comprender y buscan un consuelo que sólo hallan en sus amigas más sufridas. Yo les digo que no los tienen que comprender, tú no eres su psiquiatra. Como tontas andan lloriqueando por las cafeterías, los supermercados y los gimnasios. Algunas se culpabilizan mientras tanto, para acabar de fastidiar. No sabes lo aburrido que es eso para las confidentes después de media hora dándole vueltas a lo mismo, pero algunas nos hemos aguantado y nos quedamos durante semanas a sostener a la que se cae en el abismo de la autocompasión.


Qué luego tampoco se acuerdan, para pena de las viejas asesoras, como yo, que para algunas he hecho de consejera jurídica, conflictual y sentimental. Nos gusta escuchar, pero estoy ya un poco harta de historias de me ha puesto los cuernos, se ha ido con otra, ha vuelto con la esposa y demás corazones rotos. Vamos a lo decisivo, chicas. Siempre hay bienes que repartir. Algunas veces entre insultos y tortazos, riñas y perdones hay cosas interesantes. Amantes que aceptar, muebles y hogares que ceder, cuentas que repartir. Por no hablar de los niños o del perro, ¿qué coño hacemos con el perro? ¿Custodia compartida?

¿Ves qué lío? Si no hay nada ni nadie que repartir, lo mejor es un Si te he visto no me acuerdo. O sí, pero no.


ALz.







4 comentarios:

  1. Si es que los hombres son de Marte... y las mujeres son de Venus.

    Cuando hay emociones y sentimientos de por medio... de poco vale la experiencia... o lo aprendido.

    A esas distancias tan cortas, solo vale el instinto... y el instinto no siempre acierta.

    Pero bueno... estamos condenados a intentarlo (si es que es una "condena" buscar ese dulce fruto, para unos prohibido y para otros vital, que alimenta al corazón).

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    1. Precisamente estoy recabando información de mis amigos masculinos... por eso de escuchar a las dos partes, y prometo que pronto les daré voz. Su versión de las despedidas nos interesa y mucho a las mujeres. Ah, y será un placer contar con la tuya, Manolo.

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  2. Clarito, clarito.

    Cuando era jovencita, él no sabía qué decir. Todo lo decía yo.

    Cuando fui joven, algunos hablaron. No fueron sus palabras lo que me enamoraron, para qué nos vamos a engañar, fueron otros sus encantos, pero les dejé creer eso, es más cómodo y sus egos no aceptan otra posibilidad. Hubo uno, sin embargo que pareció aunarlo todo, que me complementó. Pero el mar nos apartó y, como bien dices, entonces no tuvo palabras. Aún espero su respuesta, pues eso es lo que él dijo: que el mar lo arrastró lejos de mí. Poético,al menos.

    Desde entonces preferí hablar yo.
    Y lamento confesar que ahora yo tampoco doy muchas explicaciones,total, diga lo que diga, ellos sólo escuchan lo que quieren escuchar. Y siempre aparecerá otra que le diga lo que él quiere oír, da igual que sea verdad o no.

    Las palabras encierran la verdad que uno quiera ver.¡ Hasta la verdad se inventa!

    No me duelo si no me dicen nada. Aunque mi parte niña siempre espera un motivo, porque un día me dijeron que todo tiene nombre y lo que no se nombra no existe.
    Aunque confieso que soy incapaz de decir Si Te He Visto No ME Acuerdo.
    No va en mi naturaleza, ¡qué le voy a hacer!
    Un abrazo!!

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  3. Me traes al recuerdo Te dejé marchar, de Luz Casal.
    Seguramente ese amor marchó a pesar de que no le dejaste, Uol. Es un bonito recuerdo.
    Para mí, que vivo salpicada por las olas, el mar separa lo que separa la voluntad y la distancia.

    Por lo demás, las palabras no dicen lo que dice, sino lo que yo quiero oír.
    Qué le vamos a hacer, como receptor subjetivo que somos, interpretamos la voz, los gestos y los silencios según nuestro propio esquema mental, que no siempre coincide con el del otro.

    ¿Es mejor callar?

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