Hace tiempo que no juzgo a nadie. Sé que cada vez que juzgas a un ser humano no le defines a él sino que te defines a tí mismo, como alguien que necesita etiquetar a otras personas. No le convierte en aquello de que la acusas, sino que a menudo desvelas tus proyecciones. Ni juzgo ni critico: a mí me da igual como seas, todo esto es problema tuyo.
Por eso mismo, no me gusta ser juzgada por mis allegados. Serán las personas que más me conocen, pero incluso ellos me malinterpretan a menudo. Creen que pienso no lo que pienso, sino lo que ellos querrían que yo pensase. No me siento reflejada en sus pensamientos.
Me es indiferente ser criticada por los conocidos. De una forma u otra me han llegado cosas que algunos y algunas han dicho de mí y los nombres de estas personas. No son ciertas, y algunas me dan risa. No sólo definen a quien las ha dicho, sino que se han dicho con una intención de beneficiarse a sí mismos a través del desprestigio de los demás.
Me gusta tratar con personas que me aceptan como soy, que no me juzgan, que no me critican. Que me escuchan, que hacen un esfuerzo por comprender lo que les digo, por sentir lo que siento. Así son mis amigos. Y así son otros que no siéndolo verdaderamente, son como amigos para mí y tienen tienen mi consideración y confianza. Va por ellos.
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