"Las cosas nuevas ensombrecen el horizonte de incertidumbres."
"Las cosas nuevas iluminan el horizonte de ilusiones."
No sé con qué frase comenzar a escribir lo confieso, y en este punto, al inicio de mi redacción matutina, creo sinceramente que debo elegir una de ellas y no atascarme en el día a que doy comienzo. Me da la impresión, mejor dicho, tengo la seguridad, de que el tono del escrito variará sensiblemente cuando elija una de las dos y prosiga por la senda marcada. Y sin embargo, no sé con cuál me quedaría esta mañana de abril.
Hay que ser positivo, positivo a ultranza; sin duda es la mejor forma de proceder, coinciden en afirmar reputados autores americanos y algunos españoles, aunque a estos últimos les cuesta más, obviamente. (Me refiero a sostener con sus únicas fuerzas el optimismo existencial.) Sin embargo, mis sentimientos al respecto son hoy ambivalentes. Amanece, y me siento más que nada, realista.
Ambas frases pueden ser igualmente ciertas, o válidas, e igualmente torpes para decidirse a pensar. No sé por qué me lío esta mañana, será el frío del alba. Creo que dejaré las cosas como están, dejando de meditar o mejor aún, dejando de escribir sin pensar. Intercambiaré los verbos, jugando al sofismo. Es posible que ambas frases arrojen un nuevo sentido clarificador, o al menos diferente, y que sea capaz de defenderlo.
Las cosas nuevas iluminan el horizonte de incertidumbres.
Las cosas nuevas ensombrecen el horizonte de ilusiones.
Sí, sin duda, digo ensombrecen, porque las ilusiones no son hechos constatables sino efectos ópticos y a menudo alejados de la realidad. Sí, digo ensombrecen porque ocultan el horizonte, lo enmascaran interponiendo el mundo de los deseos entre yo mismo y la realidad que me circunda. Yo quiero que la realidad reine en mi vida, no quiero volver a la cueva platónica de las ilusiones. Quiero la cruda y dura, la puta realidad.
Qué fácil es darle la vuelta a las cosas.
ALz.
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