La corriente ruge hoy, furiosa. Siento su llamada desde lejos y acudo a meditar a su orilla. Me pierdo largamente entre los bucles que forma el agua contra las rocas y su encaje de espuma. Para mí el juego de verdes y blancos es bello y su observación me sumerge en un estado de contemplativa felicidad.
Tan sólo un par de días atrás, la nieve, hoy casi desaparecida, se iba fundiendo soltando hilillos líquidos que corrían caprichosos saturando el suelo, tiñiéndolo de oscuro y despertando las raíces. Desde las cumbres, de forma ingente, se unieron gota con gota con gota, hilo con hilo con hilo, litro con litro y así formando arroyos y riachuelos y ya nada la puede detener.
Aquellos arroyos formaron el río que ves, que fluye pendiente abajo con una considerable velocidad sin que parezca desgastar su caudal. Es inevitable sentirse partícipe del proceso que inició el deshielo y extender la fantasía a su llegada a lagos, ciudades, pantanos, pueblos y deltas. La vida que le deparará la naturaleza antes de unirse al mar será larga y llena de vicisitudes, y quisiera descubrirla andando por los márgenes, sin acudir a documentarme en libros ni en textos de geografía.
De repente sé que no hará falta, pues conozco bien esta corriente ya que caminando acabo de descubrir cómo se llama. ¡Vaya! Siento una sorpresa como el que reencuentra a un viejo amigo y que me impide cerrar los ojos ante el nombre familiar del ya río, nombre y cauce que conozco de cientos de kilómetros más abajo, cerca de la desembocadura.
Es largo el camino y son variadas las formas que adopta el río, como la vida. Y en las etapas de éste no siempre se nos hace reconocible que es uno y el mismo, y que nuestra consciencia parte de similar proceso.
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