Como los de antes.
Hombres íntegros, valientes, audaces, tenaces.
Hombres cuya palabra iba a misa.
Herederos de la gloriosa estirpe que sometió los reyes a los fueros.
Dejadme llorar amargamente, amigas, he de desahogar mi alma bañada en lágrimas porque estoy de luto por esta lamentable pérdida.
Hoy he enterrado al último hombre cuya credibilidad restaba incólume ante mis ojos. Ya, ni los viejos resisten. Con él se pierden definitivamente mis esperanzas en aprox. la mitad de los corpo-mentes de la raza local.
Se perdió la honra incluso antes de perderse la honradez. Y ni aun eso subsiste ya en una sociedad codiciosa y ávida atacada por el virus del sálvese quien pueda. Las palabras se las lleva el cambio politico, o el viento, o la brisa, o lo que convenga.
Desprecio profundamente los hombres faltos de palabra, mancos de hombría. El verbo voluble acompaña la decadencia del macho, y el hundimiento definitivo de las relaciones empresariales y políticas, pues la memoria y la técnica sobreviven a las palabras vanas.
¿Como voy a concertar tratos en estas condiciones si no es acompañada de mi secretaria y de mi abogado? No soy hombre sino hembra, ya lo habrás notado. Una hembra muy hembra. Depositaria de los valores de mis ancestros que conservo orgullosa y celosamente, de los celtas, de los íberos, de los romanos y de mi abuelo. Y he habido de acomodarme al nuevo paradigma, substituir la palabra dada por el contrato proforma y la provisión a cuenta. Cuenta, cuenta, cuéntame. No muevo ni una uña. Firma aquí.
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