Así estaremos si no pensamos, si no leemos, si desconocemos el pensamiento de los grandes maestros. Y sólo sé que no sé... casi nada. He tenido cinco cursos de filosofía, dos en el bachiller de ciencias, y tres de ellos en la universidad, y los he disfrutado. Nunca me arrepentiré de haber estudiado los principales filósofos, aunque no domino ninguno, y reconozco que por ejemplo la crítica de la razón pura de Kant, me costó semanas entenderla. Pero me sirvió de tanto.
La filosofía me ha aportado lo que las asignaturas teóricas no podían abarcar, pues se limitan a transmitir unos conocimientos básicos sobre las diversas áreas de conocimiento curricular. También me ha aportado lo que mi familia no alcanzaba a explicarme. Mucho qué, porqué y cómo de cosas vitales, que yo estaba ávida por aprender.
Recuerdo la primera vez que cursé la asignatura de filosofía, y mi asombro ante el pensamiento de los clásicos. Cuando muy pocas personas sabían escribir en catalán, fuí a la primera clase en que un profesor tuvo narices de dar en catalán en el instituto. Dentro, cada uno tenía libertad de hablar y escribir en la lengua que quisiera, pero los exámenes se hacían normalmente en castellano.
A mí aquello me empujó a asistir a unas clases nocturnas de catalán de Villangómez, un escritor de extrema sensibilidad y profunda voz; nunca he escuchado a nadie recitar mejor unos versos. Además de aprender a escribir en su idioma y a pronunciarlo aceptablemente, me aficionó a la poesía en inglés. En aquélla época traducía sonetos de Shakespeare al catalán que sorprendentemente, tras pasar por sus manos, seguían guardando métrica y sonoridad.
En aquellas aulas descubríamos el mundo y fumábamos, y vaya si se fumaba. Hasta canutos se colaron en clase. Era la época en que el humo todavía no ocasionaba enfermedades mortales, estaba bien visto socialmente y hacía crecer varios años de madurez a los adolescentes. Ahora les prohíben todo y hacen igual lo que quieren.
Con aquellos profesores aprendí el significado del libre albedrío, el poder del pensamiento crítico, y la magia del lenguaje conjuntamente. Me enseñaron a forjar mis propios juicios de valor y a ser consecuente con mis principios. Creo que la independencia de criterio no me ha abandonado, aunque el precio de la no coincidencia sea en ocasiones un tanto elevado.
Las clases de filosofía tenían una dinámica que me encantaba: una vez había comprendido al autor, y cuando ya casi me habían convencido los argumentos que esgrimía, comprobaba como el siguiente autor iba un paso más allá; y disfrutaba cuando refutaba lo afirmado por el primero con razones igualmente poderosas y concluyentes, llegando a conclusiones dispares sobre los mismos temas. Ha habido personas extraordinamente sabias en el mundo, creo, que fliparían si miles o cientos de años después vieran cómo los hombres todavía se exterminan mutuamente, y no precisamente a dentelladas, como diría Hobbes, sino masivamente, o quitándose el pan de la boca.
La filosofía me concedió el poder de pensar desde varias perspectivas y de aceptar la diversidad, y desde luego a no creer buenamente en la primera tesis que se me presente. Aprendí a discernir la lógica de los razonamientos y la veracidad de las conclusiones utilizando los recursos de mi propia mente, y me atreví a contradecir argumentos erróneos o tendenciosos desde mi punto de vista. Sobre todo aprendí a establecer mis propias opiniones basándome en el nivel de conocimientos, madurez y experiencia personal que en cada momento tuviera.
En aquel entonces no había aprendido todavía a callármelas cuando convenía, como cuando me expulsaron de la clase de religión por defender la disolubilidad del matrimonio. Luego aprendí, pero tampoco me sirvió para sentirme más feliz. Ahora estoy todavía practicando el expresar qué pienso de cada asunto sin importarme si me posiciono fuera del criterio mayoritario. Gracia que espero alcanzar completamente en la senectud, como corresponde.
Todavía aspiro a conseguir expresarme de forma correcta, amena y comprensible. Aprender es una tarea que nunca acaba. He seguido leyendo obras de pensadores desde entonces, lo seguiré haciendo y recomiendo a todo el mundo que lo haga. Mi primer libro me lo compré con seis años y me costó treinta y cinco pesetas; era de historias cortas, y estuve semanas ahorrando la vuelta de la merienda, pero valió la pena. Además pinté los dibujos a mi manera. Necesito pensar, leer, escribir y pintar, desde que tengo uso de razón, y hasta el día en que la pierda. Una cosa es expresión del intelecto y otra del sentimiento.
No comprendo por qué un chaval que va a estudiar una ingeniería, por caso, o el que salga a la calle a los dieciséis años, va a ser privado de conocer a Aristóteles, Rousseau, Hegel o Bakunin, valgan los ejemplos. Sin filosofía, sin la capacidad de discurrir y discernir, sin el poder del pensamiento crítico, estamos perdidos. Aborregados. Materialmente inútiles.
No entiendo los motivos que llevaron a quienes prohibieron la tesis darwiniana del origen de las especies, sobre la selección natural, en el franquismo. No comparto la eliminación de la filosofía cuando la vida hay que tomársela precisamente con muucha filosofía. No comprendo los motivos que les llevan, a los de ahora, a actuar para hacernos creer que la única selección válida, a mis ojos antinatura, es la financiera. El poder disponer de los demás con un plan de supremacía a largo plazo.
No entiendo los motivos que llevaron a quienes prohibieron la tesis darwiniana del origen de las especies, sobre la selección natural, en el franquismo. No comparto la eliminación de la filosofía cuando la vida hay que tomársela precisamente con muucha filosofía. No comprendo los motivos que les llevan, a los de ahora, a actuar para hacernos creer que la única selección válida, a mis ojos antinatura, es la financiera. El poder disponer de los demás con un plan de supremacía a largo plazo.
ALz.
Aborregados, aletargados e idiotizados, así estamos. Y perpetuamente insatisfechos por una vida marcada por la "necesidad" de más dinero y más dinero. Mi generación dispone de más dinero de la que tenían mis padres a mi edad y no creo que sea más feliz de lo que fueron ellos; se han creado otras necesidades, es cierto, pero son creadas por el propio sistema. Y el sistema ha decidido que ya hemos medrado suficiente, y que es hora de que vuelvan los de siempre a tener la sartén por el mango (como si alguna vez hubiesen dejado los fogones), y los cocineros tienen los mismos apellidos que hace setenta años.
ResponderEliminarNo sé si estudiar a los grandes filósofos me ha ayudado, sí sé que a pensar se aprende y si no se aprende, aborregados.
Saludos!
Cierto, aunque luego de pensar entraremos a relacionar esto con la teoría de la felicidad...
ResponderEliminarUn saludo.