Si yo te pido algo, tú puedes querer o no querer hacerlo, querer o no querer dármelo. Pongamos que no quieres acceder a mi petición.
Dicho esto, hay varias fórmulas para decirme que no.
—Te atreves a decírmelo directamente, a la cara: no; no quiero, no puedo o no me da la gana. Entonces puedes elegir entre decirlo de forma hiriente, de forma asertiva, de forma suave o a lo bestia: vivan las espinas.
Cuando no te atreves a decírmelo:
—Dices que sí, bueno; pero con la boca chica: a la hora de la verdad no harás nada, no cambiarás de idea, te olvidarás de lo dicho, buscarás pretextos. A la mierda la confianza for ever and never more.
—Me puedes dar evasivas; quizás; todavía no sé lo que haré; ya veremos; sí pero, que es decir que no; vale, luego hablamos; dar a entender que sí pero siendo que no; o sea, dejarme con la esperanza y postergar el momento en que me daré cuenta del que va a ser que no.
Lo que me joderá doblemente, porque además me pillaré el cabreo mayúsculo de haber perdido la energía, la oportunidad y el tiempo.
Yo tengo claro cuál es mi elección, pero aquí tú elijes; según cómo lo hagas te daré o no otra oportunidad de decirme que no.
ALz.
Yo creo que no decidir ya es en sí misma una decisión. Y a mí me lleva a actuar en consecuencia.
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