miércoles

Amores que matan






Mi querida amiga, te mando esta carta porque tengo miedo, mucho miedo. Quiero contarte las cosas de la forma más objetiva posible, por mí, y por tí, que no te creas que me estoy inventando cosas; bueno, tú ya me conoces y sabes que soy absolutamente sincera. Si peco de algo, es de serlo demasiado. Ayer ya me viste, estaba pletórica de energía, salí a pasear, fuí al gimnasio; hice fotos y las compartí con mis mejores amigos. Cuando quedamos para tomar un té, nos contamos nuestras cosas y nos reímos, quedamos para cenar, creo que no te costará afirmar a la policía que me viste feliz. Si me pasa algo, cuéntalo.


Sin embargo, todo cambió cuando volvía a casa a la noche. Fuí sometida a un trato vejatorio de nuevo por el borracho habitual. Te ahorraré los detalles. Sufrí gritos, insultos, acusaciones de adulterio, amenazas y unas manos rabiosas que se acercaron por dos veces, peligrosamente, a mi cuello. -Si me quitas la casa yo te te te... Me hubiera podido matar si hubiera querido. Y sé que esta vez estuvo a punto. Sentí dolor, pero no sólo físico. Éste me duró apenas unas horas. Pero el dolor emocional no ha cesado desde entonces. Mi dolor; y el de mi niño, sumado al mío.


Pero hay algo que me preocupa mucho más aunque creas que es difícil o imposible demostrar. Desde esta mañana me siento desfallecer en una melancolía gris niebla, y hoy el lobo resacoso se ha vestido la piel de cordero y ya no brama ni siquiera bala. Ha venido a besarme la mejilla, dormida. Yo debería estar contenta de estar al fin en paz; sin embargo, hoy no soy yo: la tortura también deja resaca, y no sólo lágrimas en mis ojos. Me he despertado muy temprano con unas náuseas horribles.  Esto no me había pasado nunca, ni siquiera cuando estaba embarazada. ¡Si es imposible tener náuseas con el estómago vacío! Pues sí, eso creía yo, al final he echado hasta la inexistente primera papilla. Menudo día he pasado, qué malita, qué dolores, qué mareos, qué sudores. 


He vomitado cada vez que me he llevado un bocado a la boca, excepto una. Y no debe ser casualidad, que la única vez que me ha sentado bien la comida hubiera comido sola y que cuando vomitaba él hubiera comido conmigo. Pero no de la misma comida, ni del mismo plato, ni del mismo vaso. Esto es lo que tiene haberse casado con un cocinero y con un cobarde. Amiga mía, estoy segura que me está envenenando. Sabrás que nos hicimos testamento recíproco. Y ahora mismo me cuadra todo.


Ayer exultante y hoy me encuentro hundida en la miseria física. Como cada vez que le digo que le quiero dejar. Erupciones y venas rojas en el rostro, veo borroso, me duele tragar, me duele la cabeza, la barriga, me duele todo, llevo todo el día dormitando, tengo fiebre, temblores... No es un castigo a mi osadía. Estoy segura que me ha echado algo en la comida, en el plato, o en el vino. Amiga, por favor. Lee bien lo que antecede y estáte atenta. Si me pasa algo, no dejes que me entierren sin llevar mis restos a analizar al instituto toxicológico, que busquen rastros de todo, de todo. Por favor, por favor... Tú me conoces y sabes que lo que te digo es verdad.

ALz.








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