Se dejaron mirar y pintar el torso, con agrado y expectación; yo también. Debían salir fantasías de mares lejanos. Se encarnaron en sirenas cuando les planté dos estrellas rojo coral, peces, espumas y olas, y lucirían orgullosos sus cuerpos elásticos con los colores del agua.
Notaba y agradecía la buena disposición de ánimo que teníamos. Creo que aquella tarde todos llevábamos puesta el aura radiante del que cree que puede atraer a quien quiera consigo, triunfar donde fuera y hacer lo que decidiere. Debe ser una química circunstancial. La tarea iba a ser larga, y confraternizando pronto derivamos al terreno donde las experiencias se explicitan y las confidencias se examinan en narrativa circular. Pura deformación profesional. Oda me contó un día que decidió en esencia... consentir en regresar con él al ayer, para transformarlo en un presente aceptable, o al menos transitable. Ardua tarea comparada con la mía.
Ella, con la idea de escuchar más que hablar y tiempo escaso, cedió finalmente al encuentro tan imperiosamente solicitado, y sólo puso la condición de que fuera entre ciertas horas, y en aguas tranquilas y poco profundas, o sea, en la piscina de su casa. Entendió que al fresco y en remojo se podía hablar de todo, si se quería; y quitarse el bochorno de encima, lo cual no era razón nada despreciable, dado el veranillo que estaba haciendo. Y sí, se podían hacer más cosas... como nadar, sonreír al sol, relajarse, qué se yo... un guiño que significaba dejarse flotar y rememorar caricias olvidadas en los archivos akásicos, de ésas que sólo se rescatan muy de vez en cuando y en soledad. Cada cual se haga sus ideas, yo sé que ella iba con la mente abierta y el corazón despierto. Te voy a narrar si sé, lo que interpreté de lo que me dijo: pues que...
Aquélla conversación comenzó con sus ganas de contarlo todo, todo, ya; pero esto a ella le sobresaltó hasta tal punto, que le impuso un poco de silencio, para penetrar lentamente en su tranquilidad; su sola presencia sería suficiente, y de eso se trataba. Quería centrarse en sentir lo que sintiera a su lado... que no era mucho, pero era un sentirse bien de momento y a la fresca. Para variar tanto lo uno como lo otro. Tuvo poco rato de este placer; y desde luego ni tiempo tuvo de exponer de forma asertiva sus posiciones; ya que, tras los comentarios iniciales, el baño y el obligado reposo en la tumbona, a los cinco minutos más o menos tenía claro ya, qué era lo que él pretendía tras su parloteo. Llegar a nada. Excepto a sí misma. Ella, ante sus deseo. Sí; así me lo contó, y me sonó grave, y un poco a título de película francesa antigua. ¿No iban a hablar por fin?
La primera tentativa de tocarla se la tomó a broma, la muy tonta, y lo despachó con una sonrisa horizontal que debió ser más cordial de lo correcto, porque enseguida vino una segunda intentona; y tras ella una tercera, y después una cuarta. La siguiente más atrevida, más explícita, que la anterior. Le dió largas, empujones varios y patadíi-tas bajo el agua para que respetara las distancias; de todo menos esperanzas. Ahí discutimos cómo a cada intento de él su talante empeoraba y se evaporaban las posibilidades de entendimiento en otras materias que interesaban tanto como para motivar el encuentro, que finalmente no se trataron; y que algo en su interior, que no supo definir, la alineaba irremediablemente con la negativa rotunda y asqueada.
Sintió que experimentaba la sensación de no querer lo que se te daba pero sin embargo querer que se te quisiera, y que expresaba un rechazo físico contundente, que debía ser entendido por su acompañante; pero como descubrió más tarde, que posiblemente no reaccionaba tan claramente a los ojos de los demás; y se dio cuenta enseguida que él no lo pillaba, -o sí-, cuando le pidió entrar a ducharse a su dormitorio, como si no quisiera interpretar las señales "inequívocas" de su cuerpo. Ella le dijo que no, que se las veía venir; él que sí y ella que nones, que aquí o nada. Y todo así. Por esto y por lo otro y vuelta con lo de más allá. Ella desechaba sus argumentos firme pero suavemente, de momento. Tras unos escasos diez minutos, y ducharse en la correspondiente de la piscina y sin jabón, él quiso de nuevo entrar en su intimidad con una excusa creativa y diferente a la anterior, que luego te cuento. -Que no y punto, ¡coño! Las estrategias no estaban dando resultados y él, obcecado, no recapacitaba: el rechazo, lejos de pararle los pies, le estimulaba, pues volvía con las fuerzas renovadas como un cazador retado tras la presa que no se rinde y huye, tan veloz como le dan los pies.
La chica se le escapaba y yo comprendo su frustración. Al que le persiguen y se sale una vez, vale; dos, es un vaya por Dios; y tres... ya cansa. Cuatro, harta. Hasta el mismísimo c...; exactamente así acabó. Me dijo que intentó cortar el rollo de buen rollo, pero que no supo enderezar la deriva. Para mí, que a veces no se puede. ¡Ah! y que pensó que deseaba acabar rápido con el acoso porque no quería tener que negarse sucesivamente a su caprichos por la razón de que el cuerpo se entrena en el no, y luego se predispone al rechazo de cualquier cosa que siga; que no era ésa su intención inicial, pero que se dio cuenta que le estaba pasando ya desde la segunda negativa. Hubo un momento en que se tuvo que plantar y mirándole a los ojos, le dijo claro y alto que no: -No, no y no, remarcando así. Que luego él siguió insistiendo, por esto y por lo otro y por lo de más allá. Que ella se negó sin dar más razones que el tiempo y un previo compromiso, eludiendo su responsabilidad en la decisión, por si así servía para reducir la presión verbal. Una estupidez, por cierto; -le dije- así sólo se consigue un aplazamiento. Cuando el no puedo, que esconde un no quiero, se utiliza para el no depende de mí. Creo que entonces fue cuando le pinté el ojo en el ombligo.
Se dieron un respiro corto como un suspiro. Tregua, rodeo, y ataque desde la retaguardia, en que volvió a la carga queriendo ahora... ¡un peine! ¿no es ingenioso? -Que vas tú listo. Una peineta la que te voy a hacer yo a ti. (Y le hizo media.) -Que si sí, que si no; que p'aquí que p'allá. -Que así estás bien. -Que no. -Que sí. Y dale. La actitud del pretendiente era la de torres más altas cayeron picando los cimientos desde el alba y lo que haga falta. Buscaba vencer ingeniándose los porqués, intentaba convencer utilizando la discusión argumentativa sobre el profundo tema de qué pensaría la gente que le viera despeinado. Pero ése, no es un camino que conduzca a la cama, que yo sepa. Oda se mantuvo más firme en su postura, -equivale a tiesa-, que es lo que suele suceder tras expresar firmemente la misma; y me juró que no le costó nada el hacerlo; que le vino de forma natural, orgánica, ecológica. Defendió su voluntad para el no, y la podían haber ahogado sin sacarla de su negativa, porque lo suyo era un no emocional.
Siempre digo que desde las posiciones, no se puede persuadir, porque uno las defiende a toda costa. Así que tras la discusión agotadora e inútil, vino la última táctica de convencimiento verbal: El Enfado... qué digo enfado... ¡el cabreo mayúsculo! Acompañado de morros y cejos, ojos salidos cual carnero degollao que decían "qué mala eres - te sentirás culpable toda la vida - de que me tenga que ir - despeinado" (digo despechado); tono amenazante en voz grave, de quien está acostumbrado a mandar. Y la actitud de ella... la de quien no recibe órdenes ni de Dios. Él... nada que ver con quien quiso morrearla minutos antes bajo el agua en la piscina azul. Me describió un especialista en imponer su voluntad expresando su contrariedad con el rostro, en especial su entrecejo y rictus bucal; y su lengua, ¡ay! de la que me puso al día respecto de su costumbre de no retenerse y soltarla, deslenguada, por ahí.
Enumeró algunas técnicas psicológicas de resultados constatados para que las personas se avinieran a sus intereses; entre ellas, Ella. -Como era de esperar, -opiné-, qué esperas, si le había funcionado antes para que la tonta cediera libertades; seguía que de nuevo la empleara a fondo para conseguir su actual empeño, con la perseverancia y pesadez de un vendedor de seguros a domicilio. Te lo has buscado, niña.
Bueno, la cuestión: que no iba a colar. A pesar de empuñar sus armas fogosas, Oda se mantuvo firme en el pulso; me dijo que creyó sentir un cierto placer en mantener su postura, en hacerse la dura, porque sentía a tope la vibración de la firmeza. ¡Las hay que disfrutan con poco! Pero lo comprendo: sé lo que es; nace de la congruencia entre lo que pienso, siento, digo y hago.
Le llovieron quejas que eran insultos más que palabras. Cuchillos verbales volaban en su dirección pero era aún peor, no podía esquivar las ondas del sonido, envolventes como un eco. Le levantó la voz. Y ella. Gritaron un poco los dos. Bueno, esto no es del todo cierto. El tío gritó como un energúmeno, porque estaba un poco sordo y no se controlaba. No hay nada peor que te grite un sordo; dí que te lo digo yo. La chica reconoció el mal rollo en que se había tornado el encuentro y su reacción, sentida profundamente en el vientre. Sintió una larga punzada de incomodidad que le impelió a levantarse como un resorte e irse. Le había alcanzado de nuevo, y escaparía; pero algo tocada en lo emocional.
Le llovieron quejas que eran insultos más que palabras. Cuchillos verbales volaban en su dirección pero era aún peor, no podía esquivar las ondas del sonido, envolventes como un eco. Le levantó la voz. Y ella. Gritaron un poco los dos. Bueno, esto no es del todo cierto. El tío gritó como un energúmeno, porque estaba un poco sordo y no se controlaba. No hay nada peor que te grite un sordo; dí que te lo digo yo. La chica reconoció el mal rollo en que se había tornado el encuentro y su reacción, sentida profundamente en el vientre. Sintió una larga punzada de incomodidad que le impelió a levantarse como un resorte e irse. Le había alcanzado de nuevo, y escaparía; pero algo tocada en lo emocional.
Dijo que no se sobrepuso fácil ni rápidamente, -y no me extraña- sino que volvía a manarle la herida que la volvió sumisa. Era de las que por creer un tema no merecedor de la pena de padecer luego el castigo, cedía, cedía y se pasaba la vida cediendo. Sin que se lo exigieran, muchas veces antes de que él piara, con una sola mirada, con un gesto. Pronto fue una costumbre, de la que ya no se daba ni cuenta; el precio de su paz conyugal, que le costó perder gente y cosas que realmente amaba. Qué triste, y qué paralizante, algunas.
Para estas chicas la amenaza llega a convertirse en una sombra oscura, que predetermina su comportamiento con esta sencilla regla de tres: sé que la voy a tener, y por eso mismo no la tengo, y me callo. Hasta el extremo de que se enorgullecen de conocerlo. -¿Qué? -O sea que eso ni mentarlo, y tan felices. -Pos vale. Adiós família, amistades, aficiones, intereses, vida propia; hola, vida vacía; hola, vida del otro. Porque claro, con sus cosas no llenan ni una ni otra.
Para estas chicas la amenaza llega a convertirse en una sombra oscura, que predetermina su comportamiento con esta sencilla regla de tres: sé que la voy a tener, y por eso mismo no la tengo, y me callo. Hasta el extremo de que se enorgullecen de conocerlo. -¿Qué? -O sea que eso ni mentarlo, y tan felices. -Pos vale. Adiós família, amistades, aficiones, intereses, vida propia; hola, vida vacía; hola, vida del otro. Porque claro, con sus cosas no llenan ni una ni otra.
Le explico que la fuerza de la coacción estriba en la necesidad de eludir una emoción molesta que muchos recuerdan de la niñez, cuando la rendición a la omnipotencia paterna, conjugada con la vergüenza ante la falta cometida. El terror a la regañina o pegatina, a sentirse de nuevo "una mala niña, que lo hace todo al revés y no da ni una, que se había equivocado, que se había negado a las caricias y que por tanto estaba castigada, y que ya no la querían y que no le daban lo que fuera que quisiera por eso mismo" o sea que no prestaban atención alguna a sus necesidades intencionadamente.
¿Has sido niña buena? Ahí es nada, con el amor le han jugado. Negar afecto a una niña como castigo para dominarla sexualmente o no; una crueldad psicológica de tomo y lomo. Luego ella hace lo que sea para recuperar ese amor y listo: subyugada. Esto se traslada y adapta, al sistema de las empresas tanto como a las parejas; y luego nos preguntamos dónde habrán aprendido estos tipos. -En su p casa, la de sus padres, claro. Y a ellas, menuda carga le han legado. Precisamente la reacción ante ese comportamiento fue lo que modifica hasta tal punto la personalidad de estas chicas, que aceptan convertir su opinión a los ojos primero del padre y luego del esposo en algo tan valioso como una mierda pinchada en un palo y el respeto a su persona se sitúa al nivel de la planta sótano -10, que creo que más hondo no hay. La autoestima, no saben lo que es.
¿Has sido niña buena? Ahí es nada, con el amor le han jugado. Negar afecto a una niña como castigo para dominarla sexualmente o no; una crueldad psicológica de tomo y lomo. Luego ella hace lo que sea para recuperar ese amor y listo: subyugada. Esto se traslada y adapta, al sistema de las empresas tanto como a las parejas; y luego nos preguntamos dónde habrán aprendido estos tipos. -En su p casa, la de sus padres, claro. Y a ellas, menuda carga le han legado. Precisamente la reacción ante ese comportamiento fue lo que modifica hasta tal punto la personalidad de estas chicas, que aceptan convertir su opinión a los ojos primero del padre y luego del esposo en algo tan valioso como una mierda pinchada en un palo y el respeto a su persona se sitúa al nivel de la planta sótano -10, que creo que más hondo no hay. La autoestima, no saben lo que es.
O sea, de pena. Tristes viejas sirenas. Guerreras curtidas que ganaron en muchas luchas pero se perdieron las mejores. Hoy en juego, su dignidad. O sea que se lo iba a poner punto menos que imposible: que sangrara la herida, daba lo mismo; ya volvería a cerrar cuando quisiera. Las emociones vienen y van o se transforman en sentimientos que duran más. Hay un ojo en el vientre que es una especie de cerebro: si obedeces a sus sensaciones, de pura sabiduría corporal, no te falla; y aprendes a confiar en tí y en la validez de tus percepciones.
Oda se rindió a la incomodidad de sentirse firme ante su despecho, y procuró mentalizarse de que la actitud de él no tenía nada que ver con ella, no le concedió poder; observaría, no reaccionaría, etc. Para eso había ido al psicólogo y se sabía la teoría al dedillo. Se imaginó que no estaba siendo suficientemente forzada a actuar en contra de su voluntad e hizo como si lo de las voces no le inmutara; (no sé lo que le haría falta salvo el par de bofetones que alguna vez no le dieron, para venirse abajo.) Ceder al roce sintiendo en aquello algo malo supondría aborrecer de nuevo su propia debilidad, así que bien lejos el aparejo, como si fuera una medusa de largos tentáculos urticantes. Mientras lo contaba, así la pinté en honor del menda.
Oda se rindió a la incomodidad de sentirse firme ante su despecho, y procuró mentalizarse de que la actitud de él no tenía nada que ver con ella, no le concedió poder; observaría, no reaccionaría, etc. Para eso había ido al psicólogo y se sabía la teoría al dedillo. Se imaginó que no estaba siendo suficientemente forzada a actuar en contra de su voluntad e hizo como si lo de las voces no le inmutara; (no sé lo que le haría falta salvo el par de bofetones que alguna vez no le dieron, para venirse abajo.) Ceder al roce sintiendo en aquello algo malo supondría aborrecer de nuevo su propia debilidad, así que bien lejos el aparejo, como si fuera una medusa de largos tentáculos urticantes. Mientras lo contaba, así la pinté en honor del menda.
-Cuidado, -le dije, dibujando ahora en naranja, un pez. La escalada de la fuerza es siempre sencilla de ascender; lo difícil es salir indemne de ella. No te la vuelvas a jugar, -quien evita la ocasión evita la oportunidad-. Y date un poco la vuelta, que te voy a repasar ese pezón.
ALz.
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