jueves
Hestío.
Hoy volvía a casa en coche, un poco cansada, era el crepúsculo. Debí pararme a hacer la foto de la luna llena tras el Puig de Missa, hubiera vuelto más relajada, pero no. Me esforzaba en olvidarme del tráfico lento e insoportable de la tarde, dejando un largo trecho hasta la tortuga delantera, entre la larga cola que me proseguía, y distraer los ojos en el paisaje. Es precioso y apenas disfruto del mismo cuando voy sola o conduciendo. Si puedo, acelero sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos o en la música.
Entraba en la recta que da a mi casa, deseando llegar. De repente me sale un coche de esos sin carrocería desde un hotel a la izquierda, sin luces, y se sitúa en mi carril. Le hago llametadas con las largas, pero el tío no se entera y sigue de frente hacia mí, acelerando. Después de soltar un improperio, al final me tengo que quitar yo, porque el tío seguía a la izquierda. Le pito, y al final se entera. Cambia de carril. Menos mal, pienso yo. Casi tengo un choque frontal con un inglés acabado de aterrizar. ¿Podrían explicar los alquileres de vehículos a motor que aquí circulamos por la derecha?
Esta es la historia cotidiana de cualquier pueblo de veraneo. Se nota que ha llegado el verano. Cuerpos con poca ropa, y cerebros con menos neuronas que ropa. Ya cansa, pero a mí tuvieron la virtud de asustarme y casi me matan. Eso sí, en grado de tentativa.
ALz.
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