Algunas veces miro mi trabajo y me doy cuenta que me estoy equivocando, porque no me gusta lo que hago. Me parece que lo que estoy haciendo o haré en estas circunstancias no hará más que empeorar el resultado que quiero conseguir.
Quizá no sea cierto, es posible que sean imaginaciones mías, pero una sensación de fastidio me embarga y algo me dice que pare, que lo deje ya. De vez en cuando no le hago caso a lo que siente mi cuerpo, y sigo trabajando con mala disposición de ánimo, persistiendo en mi error.
A los pocos minutos me doy cuenta que he metido la pata de nuevo, de que lo que estoy haciendo no mejora la imagen que busco. Por ser sincera, diría que hasta lo empeora. Lo desharía si pudiera, o lo destrozaría, porque lo detesto en ese momento.
¿Por qué no sabré parar a tiempo? Porque de alguna manera deseo poder arreglar las cosas. Infructuosamente, en ese momento. Dejarlo ahí es lo mejor que puedo hacer, abandonar lo que estoy haciendo y dedicarme a otra cosa.
Para no minarme la moral, pienso que en otra ocasión acometeré la tarea con mejor disposición de ánimo, y el resultado entonces sí será feliz. ¿Se transmiten las emociones a las manos? Diría que sí.
Al día siguiente, o al otro, lo miro, lo abandono o lo retomo, y comienzo de nuevo. Entonces todo es diferente. Pero otras veces, lo rompo y lo miro: queda mejor así. Lo que se ha roto no se puede rehacer en su integridad. Se queda destrozado. Está bien así.
ALz.
Imagen: ARCO 2014.
A mí me parece que haces lo que debes hacer.
ResponderEliminarEn ocasiones hay que romper para construir, aunque nuestra tendencia natural es restaurar, reparar...
Y lo de dejarlo a tiempo... qué difícil controlar los tiempos. Por lo menos a mí me resulta complicado y por eso suelo tener que hacerlo... a la tremenda ¡ay!
Un abrazo.